L o señalan con cierta claridad las encuestas y, con mayor claridad aún, cualquier conversación que usted o yo tengamos en la calle, el tono de las redes sociales, incluso el de algunos medios de comunicación. España está girando de manera bastante perceptible a la derecha, quizá porque la izquierda gobernante no está sabiendo encontrar las fórmulas adecuadas para resolver los grandes problemas nacionales, acaso porque se percibe un cierto descaro en la ocupación de algunas parcelas de poder. O porque toca, simplemente.
El caso es que, pese al desgaste de haber gobernado en los tiempos de Rajoy, lo que le está costando al PP no pocos apoyos en favor de Vox, la derecha, como un conjunto heterogéneo, se impone a una heterogénea izquierda, amparada la primera en ese giro involucionista que está experimentando la ciudadanía.
Qué duda cabe de que los excesos del secesionismo catalán están influyendo en ese dirigir la mirada hacia soluciones 'duras' y hacia los símbolos de siempre, empezando por una bandera que no debe caer solamente en manos de los conservadores, y menos aún de los ultraconservadores; sería lo peor que pudiera pasarnos, que nuevamente el himno, la bandera -no fue casual, claro que no, que el Rey la citara en su discurso de la Pascua Militar--, la unidad de la Patria, las Fuerzas Armadas, se conviertan en el santo y seña de solamente una parte del país.
Sé que Pedro Sánchez es muy consciente de ello. No en vano, cuando hacía su propia campaña, se envolvió en la enseña rojigualda, que es algo que no debería olvidar volver a hacer, esté en la fase que esté la negociación, temo que malhadada, con el muy insensato Quim Torra, que está hundiendo a los catalanes en la peor de sus pesadillas desde los tiempos de la República.
No, no habrá República de Catalunya, pero sí puede haber un enflaquecimiento del concepto del Estado en favor del auge del ansia electorera de los partidos. Es preciso que se den propuestas unitarias para defender no solo una Constitución reformada, sino la propia idea del Estado.
Y ahí las dos formaciones emergentes, Podemos y Ciudadanos, tienen un gran papel que jugar. Al segundo no le va a bastar con predicar un retorno al 155 en su aplicación más dura, ni al primero le va a ganar un solo voto el andar dando volteretas que son pirotecnia. Podemos, un partido que tiene cinco millones de votos tras de sí, mientras no se demuestre lo contrario, anda ahora en una encrucijada compleja, avivada por la por otro lado admirable retirada temporal de Pablo Iglesias para, sustituyendo a su mujer, Irene Montero, dedicarse en exclusiva al cuidado de sus hijos, dando un ejemplo, en este sentido, de muchas cosas. Tuve ocasión de decírselo en privado -no es que entre él y yo haya muchas afinidades, pero...-- y ahora lo hago en público.
Sin embargo, Podemos es una pieza necesaria para reconstruir la izquierda en ese sentido 'nacional' al que antes me refería. Claro que pueden ser republicanos, y otra cosa me sorprendería en ellos; pero no sé si es el momento de andar agitando, como hacen, una forma rápida de cambio en la forma del Estado.
No estamos, ciertamente, para más volteretas ni para muchos más experimentos que un cierre de filas en favor de la nación y de quienes la habitamos. Que no digo que un giro a la derecha sea un síntoma de grave enfermedad, aunque el que tantas cosas, comenzando por la Junta de Andalucía, dependan de Vox sí me parece indicio de que algo no va muy bien; lo que sí digo es que sacrificar los intereses de la Patria por el plato de lentejas de un gobierno autonómico, local o por el poder a escala nacional, acabará por llevarnos a derroteros nada buenos.
Y ahí, la derecha moderada, el centro que sin dudado gobernará en España de una u otra manera y la izquierda, esa izquierda que representan el PSOE y Podemos, podrían tener una gran responsabilidad.
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