Cambiar la margarita del teletipo

Una de las reacciones mejor documentadas en los estudios del comportamiento humano es la resistencia al cambio. Recuerden el certamen de coros y danzas que organizó el PSOE andaluz a las puertas del Parlamento Andaluz para saludar el cambio de gobierno votado por los andaluces y reflexionen sobre la contradicción que supone proclamarse progresista y defender a bocinazos la conservación del poder perdido voto a voto. Pero no voy a eso ahora. Me fijo en la monumental bronca que se ha montado a cuenta del conflicto entre los taxistas y las nuevas plataformas de transporte de pasajeros. Y aunque encuentro razones de peso en ambos lados de la balanza, creo que la resistencia a los cambios (además del colosal desacierto de radicalizar las protestas) es siempre un obstáculo para la adaptación y el progreso. Los veteranos de este viejo oficio de contar las cosas que pasan recordarán, sin duda, la figura del operario que cada poco tiempo acudía a las redacciones a arreglar el fax o a cambiar la margarita del teletipo. Quizás los periodistas recién llegados ni tan siquiera sepan de qué hablo, como tampoco podrán recordar al tipo que llegaba a la redacción, esperaba educadamente a que sacaras el folio del rodillo de la Olivetti y te cepillaba y aceitaba tu máquina de escribir. En LA VOZ DE ALMERIA, el cuarto de los teletipos era un cubículo ruidoso y agitado como la sala de máquinas de un submarino, en el que envuelta por el humo de su pipa emergía la melenuda calva del gran Miguel Naveros (un beso allá donde andes). Imposible olvidar su voz alertando de la necesidad de cambiar urgentemente la margarita del teletipo de internacional. Aquello, que era mecánica, costumbre e inercia de oficio de años, es hoy tan ajeno y lejano como dentro de muy poco lo será el modo en que se gestiona el servicio de taxis. Y como siempre, hay que renovarse o morir. Que elijan lo que estimen más viable pero, por favor, que dejen de tomar rehenes en las calles.