Todo un país pendiente, diez de la mañana de este viernes, del anuncio de algo que muchos ya sabían: que las elecciones generales tendrán lugar el 28 de abril, dentro de menos de dos meses y medio y veintinueve días antes de los comicios europeos, locales y autonómicos allá donde toquen. La campaña más larga, dura, desordenada y tempestuosa que hayan conocido los españoles se nos echa encima, con la inevitable mezcolanza entre unos y otros comicios, la patente falta de tiempo para redactar unos programas electorales atractivos y constructivos y también con el evidente pasmo de un mundo que se pregunta si puede un país albergar tantos sobresaltos políticos y judiciales al mismo tiempo.
La improvisación del Gobierno ya casi en funciones -aún no se han disuelto las Cortes; para ello quedan dieciocho días- obliga a forzarlo todo: los tiempos, los mensajes, las posibles alianzas. Todo puede salir mal, pero también cabe la posibilidad de que todos reflexionen sobre los patentes errores cometidos y logren enderezarse las cosas. Porque, pase lo que pase, la única salida a una crisis política que dura ya casi cuatro años será un Gobierno de centro-derecha o de centro-izquierda. Todo dependerá de cómo jueguen sus cartas ante el ‘árbitro’ Albert Rivera por un lado Pablo Casado o, por otro, Pedro Sánchez.
Existía al menos una docena de razones, y no solamente el coste, para abonar la acumulación de todas las elecciones en el ‘superdomingo’ 26 de mayo. Pero parece que se han impuesto los argumentos de algunos líderes territoriales socialistas, que no querían ‘devaluar’ sus elecciones autonómicas y locales con las generales, ni que el duelo en ayuntamientos y autonomías se centrase en las figuras de Pedro Sánchez, Casado, Rivera y Pablo Iglesias... si es que el líder de Podemos se reintegra del todo de su enclaustramiento, que, por cierto, en lo personal le honra, aunque cierto es que su sustituta no cumple con las cualidades que ahora serán esperables de una de las cuatro grandes formaciones nacionales.
Entramos, sí, en un período político surrealista, si es que alguna vez habíamos salido del surrealismo en los últimos cuatro o cinco años. Y la valoración de urgencia de lo que ha sido esta mini-Legislatura difiere mucho, desde luego, de la triunfalista que hizo el presidente del Gobierno este viernes tras el Consejo de Ministros extraordinario: sí, algo de mitin de inicio de campaña tuvo este anuncio del fin de una etapa y la convocatoria de elecciones. El balance real es pobre: ni siquiera Franco ha abandonado el Valle de los Caídos, y dudo ahora de que vaya a hacerlo de aquí a la marcha a las urnas. Eso sí, con nueve meses de retraso, obligado por las circunstancias y por sus equivocaciones, Sánchez, que a comienzos de este año seguía repitiendo que las elecciones generales tendrían lugar el año que viene, ha tenido que recular y hacer buena su primera promesa de convocar elecciones ‘pronto’. No tan pronto, desde luego: en estos meses de gobierno de Sánchez en minoría se ha deteriorado notabilísimamente el clima de convivencia política, entre otras cosas. Se ha comprobado, menos mal, que un nuevo ‘Gobierno Frankenstein’, con la anuencia de separatistas y de trapecistas de la política, va a ser imposible, Dios sea loado.
Puede que, trato de ser optimista, lo que ahora comienza acabe bien. Ya digo, con un Gobierno de coalición, a la derecha o a la izquierda, moderado por el centro. Puede que reculen las fuerzas independentistas -divididas irremisiblemente--, seguramente las formaciones más extremas, a la izquierda y quizá también a la derecha, no alcancen las expectativas que se calcularon en el pasado. E incluso cabe la posibilidad de que los cuatro líderes mencionados mediten en las posibilidades de mejora que ofrece esta nueva era que hace tiempo se ha abierto ante la ceguera culpable de quienes no quieren verlo y actúen en consecuencia. Las primeras reacciones de los responsables de la oposición, insistiendo en el frentismo, tampoco abonan mucho la esperanza, la verdad. Pero, como bien decía Romanones, ‘en política, cuando digo jamás, quiero decir hasta esta misma tarde’. O sea, que los ‘vetos’ de Rivera contra Pedro Sánchez, por ejemplo, previsiblemente decaerán, lo mismo que decayeron en el caso de Rajoy. Y entonces, probable Gobierno de centro-izquierda. Sin Podemos, obviamente, que los ‘morados’ y los ‘naranjas’ son como agua y aceite. Si no, pues probable Gobierno de centro-derecha. Sin Vox, naturalmente, que la formación de Abascal es incompatible con la de Rivera.
Se abre espacio al posibilismo, al pragmatismo. Y si tiene que caer alguien, pues que caiga. No derramaré, en lo personal, una sola lágrima si resulta que, esta vez sí, este puede ser el fin político de Sánchez, aunque tampoco le veo demasiados sustitutos posibles en un PSOE que es necesario. Ni, menos aún, la derramaré por Pablo Iglesias, ni sufriré en absoluto si resulta que la amenaza emergente de Vox se queda en eso: en amenaza. El juego está entre ‘populares’ -claro que las posibilidades de que Casado se convierta en presidente del Gobierno se acrecentaron algo estos días, y más se acrecentarán si modera lenguaje, actitudes y programas--, socialistas y, obvio, centristas. Nunca, desde la llegada de Suárez al poder en 1976, había tenido la llamada ‘clase política’ tanta responsabilidad, nunca el futuro de los españoles ha dependido tanto de que nuestros representes se comporten con patriotismo, espíritu de sacrificio e inteligencia.
Estamos, y no lo digo solamente por Cataluña y por el proceso judicial en marcha, en horas graves. Confío en que quienes tienen la responsabilidad de enderezar esta crisis política, que se va haciendo casi crónica, encuentren el camino para hacerlo. Y conste que no es tan difícil: se trata, simplemente, de sumergirse en las aguas purificadoras del regeneracionismo.
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