El “riverazo” (portazo al PSOE) y el salto de Inés Arrimadas a la política nacional (número uno por Barcelona) responden al mismo cálculo: Cataluña va a mover millones de votos en el resto de España. A eso juega Ciudadanos. Todo al mismo número. Estrategia electoral de monocultivo, que da por sentada una preferencia mayoritaria por la mano de hierro del Estado. Y no por el guante de seda, los paños calientes o la política desinflamatoria de Moncloa. A partir de un supuesto: dicha preferencia se ve mejor representada en el tándem Rivera-Arrimadas que en el Casado-Dolors Montserrat, a juzgar por los antecedentes. Por la misma razón creen en Cs que sobrepasarán al PP en las urnas del 28 de abril. Las encuestas le dicen que el 90% del voto sobrevenido, el que refleja su subidón, procede del PP, respecto al que ya es hegemónico en Cataluña..
En otras palabras: para el estado mayor de Rivera estas elecciones generales cursarán como un referéndum sobre el mejor modo de gestionar el desafío independentista al orden constitucional. Trato deferente o un 155 duro. Diálogo, diálogo, diálogo, como pregona Sánchez, o que el peso del Estado caiga sobre quienes quieren reventarlo. Pacto andaluz o plaza de Colón. Haciendo memoria histórica, mientras la política se polariza cada vez más, podríamos hablar de las dos Españas de Machado, la sinuosa frontera de Azaña y, ya puestos, la CEDA o el Frente Popular.
Las resonancias de esta narrativa evocan lo peor de nuestra estirpe. Por eso no es bueno que el centro esté deshabitado. Esa es la razón de la carta que Cristina Narbona ha dirigido a Albert Rivera, pidiéndole que se piense mejor el "no es no" a pactar con el PSOE (solo en generales, se entiende).
La iniciativa de la presidenta del PSOE es oportuna y razonable. Aconseja a Rivera no quemar las naves, no cerrar del todo esa puerta, no aparecer más predispuesto a aparearse con la extrema derecha que con los socialdemócratas de Sánchez. Si, como dicen los dirigentes del partido naranja, el veto es una consecuencia de las concesiones de Moncloa a los separatistas, con mayor razón debería contemplar la posibilidad de pactar con el PSOE, justo para evitar que siga dependiendo de quienes hicieron presidente a Sánchez. En cualquier caso, los precedentes desaconsejan el quinielismo y las apuestas prematuras en vísperas de una llamada a las urnas, un tiempo inevitablemente marcado por la malversación de la realidad. Pero Cs y PP no pueden-no deben arrogarse la exclusiva sobre la defensa de la unidad de España por la supuesta rendición del Gobierno a las exigencias del soberanismo. La apuesta será perdedora si Sánchez logra convencer a los votantes de que dialogar no es rendirse. Será ganadora si Sánchez la alimenta dejando abierta la posibilidad de volver a las andadas.
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