Llevo desde mediados de diciembre de 2018 internado en un hospital madrileño tratándome de un cáncer de pulmón que, según las analíticas, parece que no empeora.
Y hace días ingresó en la misma planta del mismo hospital José Pedro Pérez-Llorca, quien fuera compañero de UCD y amigo. ¡Con la de hospitales que hay en Madrid, tan dotada!
Me emocionó lo que no podía imaginar que era el cierre del ciclo vital de nuestra relación: de compañeros en nuestros inicios universitarios y políticos, a volver a serlo en las postrimerías de la vida.
Aunque él era unos años mayor que yo, coincidimos en la Universidad Complutense cursando la Licenciatura de Derecho, en la que superamos a la primera el temible “Castrito”, lo que cito como equivalente a superar un puerto del Tour de Francia, para lo que me aprendí de memoria el ininteligible libro, que aún recuerdo; él militó en el PSP de Tierno y, luego mientras duró, en UCD, en la que fuimos compañeros –él, uno de sus cerebros, de ahí el descriptivo “zorro plateado” con que fue conocido-. Hace 41 años que abandonamos los dos –no hubo reenganche: éramos liberales de pura cepa y el liberalismo había sido barrido con UCD -la militancia política activa- tras la extinción de UCD.
Y vuelvo al hospital. Tiene algo de mágico ese acercamiento postrero, como de confirmación de un afecto no sólo político. Éste finalizó con la debacle de UCD cuando éramos treintañeros. Ha sido, pues, un compañerismo y amistad “civil” de más de cuarenta años, la mitad crecida de nuestras vidas. Y recrecida por la incorporación de Fausto, mi hijo, a su Despacho madrileño hace casi veinte años, cuando apenas eran quince abogados –hoy son más de doscientos, entre otras cuestiones, gracias a la generosidad y visión de José Pedro.
No necesitó Fausto contagiarme su admiración, respeto y cariño por José Pedro -los conocía desde mucho antes-, quien me testimonió el suyo, hace muy poco tiempo, apenas unas semanas -dudo ahora si a modo de despedida- al regalarme una Constitución –Hija suya- con esta dedicatoria excesiva: “A mi muy querido amigo Fausto Senior. Recuerdo de muchas jornadas juntos trabajando por España, y agradecimiento a su constante lealtad a aquel proyecto político y a España. Un fuerte abrazo.”
Ha muerto uno de los hombres más útiles para España en el siglo XX, al que le debemos muchísimo. Gracias a su inteligencia, brillantez, sagacidad, ironía, capacidad de diálogo, firmeza, principios, generosidad, hechuras elegantes de Lord inglés, los ingeniosos recursos dialécticos de un gaditano de pura cepa, su astucia, su calidez personal enmascarada en una frialdad aparente, modestia –“en la redacción de la Constitución convertimos la razón de cada uno en la razón de todos”- y sentido del humor, etc., logró el ingreso de nuestra nación en la OTAN, y baste pensar qué hubiese ocurrido en España de estar fuera de la Organización Atlántica y de Europa, negociación –ésta- que dejó acabada al cesar como Ministro.
Pérez-Llorca fue portavoz parlamentario de UCD, Ministro de Presidencia, Administración Territorial y de Asuntos Exteriores y uno de los siete redactores de la Constitución, que acabó de redactarse en su casa pues para evitar las filtraciones –la de “Cuadernos para el diálogo” estuvo a punto de mandar todo al traste- los Ponentes se asilaron en casa de José Pedro: eran famosos las croquetas y los flamenquines de Carmen, su mujer, y ultimaron, así, “la Constitución de las croquetas”.
Pérez-Llorca colocó a España -¿a un proyecto de España?- en un lugar preferente. Tal vez superior, incluso, al que en realidad le correspondía por entonces.
Y, como Ministro de Exteriores, viví una anécdota divertida, cuando la Guerra de las Malvinas. No había entonces telefoninos ni fax ni ordenadores... Había que valerse del teléfono ordinario o del telégrafo. Y así, una mañana sonó el teléfono de casa, siendo yo por aquél entonces presidente provincial de UCD. Era José Pedro, que me preguntaba si yo podía localizar al Director General de la Marina Mercante, almeriense e íntimo amigo mío. Le dije que lo intentaría de inmediato, por supuesto y, por curiosidad, le pregunté para qué lo necesitaba. Me quedé de piedra cuando me dijo: “Para evitar la Guerra con la Gran Bretaña”. Y con la voz muy seria, pero zumbona, me dijo: “Es que le ha ordenado a los barcos españoles que hay en la zona que arríen (o que icen –no lo recuerdo ya-) el pabellón español y se refugien en puerto”, lo que en Derecho Internacional Público equivale a tomar partido por uno de los países contendientes. En este caso, Argentina. Localicé a Alfonso y ¡evitamos la Guerra con Inglaterra!
Abandonada la política a los 43 años, creó uno de los que es hoy, sin duda, mejores y más sólidos Despachos de abogados de España, del que su rival político de entonces Miquel Roca dice que “honra a la abogacía por su gran calidad y riguroso sentido de la ética profesional”. A partir de su fundación, José Pedro tuvo la visión y generosidad de ir sumando al proyecto jóvenes y brillantes abogados, de hacerlo crecer, de delegar en su hijo, Pedro, la toma de decisiones importantes –siempre con su sabio consejo y apoyo- y la gestión del mismo. José Pedro inicio un proyecto, del que ha sido una parte muy importante hasta el final; lo abrió a todo aquél que con esfuerzo, trabajo, compromiso, solidaridad y generosidad quisiera sumarse al mismo. Y aplicó entonces los mismos principios y valores que le distinguieron en su actuación política.
Hace unos años culminó un triunfo moral, parejo a su infinita cultura, con el nombramiento como Presidente del Real Patronato del Museo del Prado, su gran pasión, a la que también se dedicó en cuerpo y alma. Me consta que este honor le hizo inmensamente feliz.
Cuando mi hijo me contó a primera hora de la mañana del miércoles –para evitar que lo conociera por la prensa-, muy afectado y emocionado, que había muerto José Pedro, lo sentí muchísimo, en el alma, primero por él, por sus hijos Pedro y Carmen, su mujer Carmen, por mi hijo y otros muchos compañeros de mi hijo que sé que lo están pasando muy mal, pero también por mí y lo que citaba al inicio de este artículo. Me emocioné y lloré con Fausto, pero enseguida le dije que pensara que había tenido la inmensa suerte y, sobre todo, el privilegio, de disfrutar durante casi veinte años, personal y profesionalmente, de la cercanía diaria y de compartir un proyecto con una de las personalidades más importantes de la reciente historia de España -a quien tanto le debemos en este país-, y de una persona extraordinaria en todos los sentidos.
¡Qué diferentes serían las cosas en España ahora mismo si sus dirigentes políticos tuvieran la mitad de la altura, grandeza, generosidad, señorío, espíritu de concordia y consenso, visión, proyecto de España, capacidad de diálogo, habilidad táctica y estratégica para negociar, inteligencia y brillantez que tenía José Pedro!
Le debemos mucho todos y le echaremos mucho de menos.
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