Puigdemont incendia Roma

Rafael Torres
23:15 • 11 mar. 2019 / actualizado a las 07:00 • 12 mar. 2019

No se sabe con seguridad, ni se sabrá nunca, quién incendió Roma en el año 64, si Nerón, si especuladores del suelo sin escrúpulos, si la negligencia de unos almacenistas de mercaderías inflamables, o si los cristianos, pero sí se sabe quién quiere incendiar Madrid, y Estrasburgo, y cuanto se le ponga por delante, con tal de conservar el trono de su imperio ficticio: Carles Puigdemont.


Como se desprende de sus últimas decisiones de cara a los diferentes comicios que se aproximan, el ex-president fugado ha apostado abiertamente por un gobierno de la derecha en España tras las elecciones del 28 de abril con todo su aparato del 155 y del garrotazo y tente tieso a la cuestión catalana. Tal cosa significa, en efecto, la designación de sus subalternos más trabucaires y fanatizados para colocarse en el Congreso de los Diputados, donde harían imposible, por sus exigencias contraprestatorias inasumibles, cualquier entendimiento con un PSOE previsiblemente vencedor pero, con toda seguridad, necesitado de entendimientos para formar gobierno. Aunque es Rajoy el que sabe explicar divinamente eso del "cuanto peor, mejor", todos entendemos lo que persigue el taimado ex-president con semejante envite, el incendio total.


Tras aquél gigantesco incendio de Roma, Nerón encontró el mejor y más despejado espacio urbano, entre sus cenizas, para edificarse un palacio alucinante que sobrepasó, en punto a lujo y magnificencia, cuanto se había conocido hasta entonces. Algo más modesto, aunque no demasiado, Puigdemont se conforma con construirse un futuro tras el uso de las antorchas y las teas que el PP, Ciudadanos y VOX arrimarían al conflicto catalán, un futuro que hoy, cuando el mundo le va viendo cada vez más como un farsante cansino, se le presenta incierto.



Por otra parte, de su retorcida ocurrencia de encabezar la lista de su partido para las elecciones europeas, pues no podría recoger su acta en Madrid por el rechazo que le suscita dar allí las explicaciones que tiene pendientes, espera mantener viva en Europa su matraca, su llama, atizando por su parte otro poco el fuego con que la rampante ultraderecha quiere quemar la UE.


Para construirse su nuevo palacio, su futuro, Puigdemont necesita o quemar Roma, o que la queme alguien. De momento sueña, con sus últimas argucias, que toca la lira, o la cítara, o el piano, mientras arde.





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