Kayros
21:27 • 22 sept. 2011
Qué gran tortura mental la crisis omnipresente! ¡Qué obsesión de abejorro siempre zumba que zumbarás en torno nuestro! Esta calamidad económica, política y social, de límites todavía imprecisos e impredecibles, no solo choca contra nuestros bolsillos sino que penetra como un cáncer dentro de los mejores proyectos y anhelos de vida. Me sería totalmente imposible nombrar aquí la cantidad de cosas que suprime, tuerce o retrasa la presunta noche negra de la crisis. Como ejemplo cercano véase lo que hacen nuestros ayuntamientos. Recortan fiestas, conciertos, horas de placer, agua y luz, policías, bibliotecas, recogidas de basuras, etcétera. La crisis nos está dejando el mundo vacío de esperanza. Parece como si también la vida pudiera pararse. Tras la Segunda Guerra Mundial los artistas y escritores, los intelectuales como entonces se llamaban y que se habían salvado de aquella inmensa hecatombe de varios millones de muertos, no sabían qué camino tomar. Les parecía que ya nada tenía importancia salvo sobrevivir como fuera. Fue en aquellos años cuando quedó acuñada la célebre frase: "Después de Auschwittz el arte ya no tiene sentido". Verdad es que en una desolación tan inmensamente trágica los hombres más conscientes de entonces deberían sentirse ridículos haciendo literatura, música, teatro, pintura, etc. Pero, bueno, al fin salió el sol, se reconstruyeron las ciudades europeas, la gente se curó sus heridas y retornó a las calles y plazas la esperanza de vivir. Si hay algo que aborrezco es la actitud egoísta y pusilánime del escritor que huye de la tormenta cuando más lo necesitan sus contemporáneos. Algunos de ellos limitándose a decir que no debemos crear falsas expectativas. Y es en esta grave situación cuando los grandes popes de la cultura comienzan de ordinario a preguntarse por la misión del arte en tiempos revueltos. ¿Qué hacemos, maestro? De acuerdo que no debemos crear falsas expectativas, muy bien, pero entonces por qué escapar, por qué no trabajamos para que las expectativas sean verdaderas. Imitemos siquiera a los padres de familia que acuciados por la necesidad no se plantean por ahora salir a ver la luna en la noche cerrada.
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