Neurotransmisores

Juan Pardo Vidal
07:00 • 30 may. 2019

Nunca he visto a un gordo sin camiseta caminando por el Paseo marítimo. Solo veo pasar a fuertecillos delgados. Hay una ordenanza del Ayuntamiento que nos prohíbe a los gordos que podamos quitarnos la camiseta, eso yo lo considero una injusticia.


Me siento a desayunar en la heladería que hay en la esquina al llegar al Palmeral de El Zapillo, la camarera es muy simpática, siempre está feliz, me da rabia la gente que me gana en ser feliz, soy muy competitivo. Yo creo que hace deporte la camarera, y tiene una pareja de la que está enamorada y fuma. Eso es trampa, joder, así cualquiera. Las endorfinas son neurotransmisores que nuestro hipotálamo segrega en determinadas circunstancias y que tienen un efecto secundario, esto es, nos hacen más felices. La madre que parió a las endorfinas. 


Desde la terraza de la heladería donde nadie pide helado se ve el mar, la gente anda, son muy andarines y no van a ningún sitio porque los veo yo pasar para allá y, al rato los veo pasar para acá, y no traen ninguna bolsa del Mercadona. No han ido a nada, han ido por ir. Andan para ser felices, si te estás muy quieto te mueres. Caminar es una excusa para producir endorfinas, las necesitamos, solo se segregan si estás enamorado, si te metes algo (cerveza o nicotina, tampoco hay que pasarse de felicidad), si haces deporte —sin camiseta tengo entendido que se segregan más— o si sientes dolor (de ahí lo de la adicción al picante, pero esto no me cuadra aunque lo diga la Wikipedia). Comer también produce endorfinas, pero tiene efectos secundarios, el efecto secundario de pegarse una tripotera es que el Exmo. Ayuntamiento no te deja andar sin camiseta, los municipales (que son personas como nosotros, pero con gafas de sol y talonario) te multan si ven tus lorzas ondulado blandengues y afeando la ciudad. 



Es un dilema esto de la comida y las endorfinas, hay que elegir, porque siempre hay que elegir. Yo vengo a este bar a desayunar precisamente porque no me gusta elegir, lo decían en Matrix, el problema es la elección. La camarera ya sabe lo que tomo y no tengo que elegir ni que repetirle la cantinela, me lo trae y santas pascuas. Yo me quedo mirando el mar y la tostada de tomate se me enfría, me da igual porque no me gusta la tostada ni el tomate, pero me la como, luego me voy a trabajar y tampoco me gusta, no veo por qué iba a dejarme la tostada sólo porque no me guste. Apenas veo a la gente pasar delante de mí porque tengo la mirada perdida como los tontos. Me gusta esta ciudad a veces. Esta ciudad produce endorfinas, pocas, pero para ir tirando. Como el dolor.





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