Admitiendo que no es vencido quien no cree serlo, en el ejercicio práctico de la democracia urbana no tiene sentido aplicar esta hermosa idea, tan propia de los gurús de esterilla y velita, porque imagínense el lío que podría montarse en los ayuntamientos cada vez que alguien se siguiera considerando vencedor a pesar del recuento de votos. La cosa sería distinta si siempre hubiéramos respetado o escrito una ley para garantizar el gobierno de la lista más votada, o el establecimiento de una segunda vuelta esclarecedora. Pero como eso se quedó en el limbo de los mejores deseos, hemos acabado asumiendo que ya no basta con ganar, sino que hay que hacerlo superando la suma de los contrarios.
Y eso no es nuevo porque, sin ir más lejos, Almería inauguró su nueva etapa en la democracia municipal con una coalición de izquierdas que impidió la alcaldía del candidato ganador, el entonces ucedista y siempre admirable Fausto Romero, al que desde aquí envío el mejor y más fuerte de mis abrazos. Y aunque me apetecería seguir hablando de lo buen alcalde que habría sido, lo que vengo a decir es que cansa ya esa manía de buena parte de la izquierda de disfrazar la normal frustración de perder la poltrona con ropajes éticos y palabrería hueca. Así que digámoslo una vez más: cualquiera sabe ganar, pero la diferencia la marca el modo de procesar una victoria improductiva. Ya lo vimos en Andalucía cuando la sección de coros y danzas del PSOE coordinó escraches músico-vocales al nuevo gobierno PP-CS que ponía fin a casi cuatro décadas de monocultivo socialista. Un considerable bochorno que puede repetirse mañana en Madrid si los simpatizantes de la actual alcaldesa, Manuela Carmena, se manifiestan -espontáneamente- para pedir que la regidora continúe al mando del Ayuntamiento, a pesar de que la suma PP, CS y VOX la supera en votos. Y es que esto de contar y sumar votos está sobrevalorado. La democracia es lo que nos diga en cada momento la escolanía progre.
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