Mientras contemplamos absortos la singular escena de enredo comercial que está precediendo al ensamblaje del gobierno del Dr. Cambalache, se nos está escurriendo por el fregadero informativo la noticia de las primeras sentencias del famoso caso ERE, que como todos ustedes saben juzga el manga por hombro que los socialistas instituyeron como libro de estilo en la gestión económica de la Junta de Andalucía. Y aunque comprendo que el espectáculo del embrollo político y el mercadeo de apoyos resulta por momentos fascinante (la voracidad y la desvergüenza siempre han generado una fuerte atracción desde el punto de vista escénico) no podemos perder que vista que mientras seguimos a la espera de la sentencia global por el fraude más grande de la historia reciente de España, seis ex altos cargos de la Junta de Andalucía, entre ellos tres ex directores generales de Trabajo, ya han sido condenados por la Audiencia de Sevilla por delitos probados de prevaricación, malversación de caudales públicos y falsedad en documento oficial. Si este es el entrante, vayan haciendo sitio para el plato principal, que ya lo deben estar terminando en cocina. Y cuando llegue ese momento, que sin duda llegará, habrá que trasladar a ese escenario el argumentario ético que hace un año enarboló el PSOE a la hora de presentar la moción de censura que acabó convirtiendo a Pedro Sánchez en Presidente de Gobierno. Del gobierno de la dignidad, de la regeneración y de la decencia, etcétera. Como recordarán, aquella iniciativa se tomaba porque no había otro remedio tras la sentencia de la trama Gürtel. “¿Puede seguir siendo presidente de Gobierno Mariano Rajoy tras esta sentencia?”, preguntaba el entonces líder de la oposición Pedro Sánchez. Y ya saben cuál fue el resultado de todo aquello. Veremos si la sentencia de los ERE tiene algún efecto en la percepción ética del señor Sánchez o si él se considera exento del fastidio de verse arrastrado por las pellejerías del partido.
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