Asistimos estos días al enésimo y desvergonzado intento del PSOE de patrimonializar todos aquellos valores que conforman el sustrato ético de nuestra sociedad y que se explica, tal como hizo el otro día la vicepresidente Calvo, en “la genealogía del pensamiento socialista”. Ya habrá tiempo para cincelar algún comentario acorde con la inabarcable modestia de Doña Carmen II y sus caídas chonis y bonitas. Pero por fijar conceptos, digamos que esa heráldica intelectual del PSOE hunde sus raíces en un viejo y profundo mecanismo totalitario: el dogma. Ungidos por el convencimiento de su superioridad moral frente al resto del género humano, el PSOE actual (el de antes no estaba en estas chorradas) se ha arrogado la potestad de conceder salvoconductos y marchamos para evitar el estigma de la caverna. Y es que fuera del útero progre tan sólo se extiende la hez, la oscuridad y el fascismo en sus múltiples formas. En este sentido, ha sido muy divertido ver al exconcejal del PSOE en la capital, Cristóbal Díaz, recuperando la vieja milonga mayestática de “el mundo de la cultura” para intentar dar mayor volumen al certamen de coros y danzas que los socialistas han montado para censurar el cese del director del Centro Andaluz de Fotografía. Al margen de que nada de esto estaría pasando si el cesado no fuera un cargo elegido por el PSOE, conviene señalar que probablemente no haya expresión más ampulosa, cursi y excluyente que la de “el mundo de la cultura”, cuando es usada por un socialista para referirse a ellos mismos. Pero no compartamos el autoengaño: el sedicente “mundo de la cultura” podrá tener pretensiones editoriales, pero en realidad la cosa no pasa del pie de foto. Lo relevante es que alguien -sea vicepresidente o exconcejal- se crea en el derecho de reclamar en propiedad valores como la cultura o el feminismo. Y es que cuando hay delirios de grandeza el problema ya no es político, sino psiquiátrico.
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