Tres meses que empeoraron España

Fernando Jáuregui
07:00 • 28 jul. 2019

Se cumplen este domingo tres meses desde las elecciones legislativas que dieron una victoria insuficiente al PSOE y las llaves del futuro del país a Esquerra Republicana de Catalunya, un partido cuyo líder está en la cárcel, ahí queda eso. Han sido tres meses devastadores para la imagen que los ciudadanos tienen de sus representantes. Tres meses que acabaron en lo que tenían que acabar: en una desastrosa sesión de no-investidura de Pedro Sánchez culminando una negociación que sabíamos imposible, tal y como se produjo, entre PSOE y Podemos (o entre el círculo de hierro de Sánchez y Pablo Iglesias, para ser más concretos).


Tres meses que han dejado a España sin más expectativas de futuro que cambiar radicalmente de modos, de ideas y de rostros o volver a las urnas por cuarta vez en cuatro años, sin grandes esperanzas de que los resultados mejoren el estado de cosas: para el elector es muy difícil decidirse entre una opción u otra, porque ninguna entusiasma, y eso se nota, claro, en el voto disperso, en la falta de apoyos claros a ninguno de estos partidos que tenemos.


Todo, todo ha ido a peor. Hasta el crecimiento del empleo en el que suele ser el mejor trimestre del año. Ni la situación en Cataluña ha avanzado en un sentido positivo, ni el concepto de los españoles sobre la moral de sus representantes podría mejorar en un país en el que lo primero que han hecho muchos alcaldes ha sido subirse impúdicamente el sueldo y donde se sigue colocando al fiel, por ejemplo en el Senado, por encima de otras meritocracias. Ni se respeta en Navarra el principio de que debe gobernar el (claramente) más votado, ni se ha desatascado, increíble, la gobernación en la Comunidad de Madrid.



El jefe del Estado, que es lo que aún nos queda a salvo (no descarte usted que también se acabe destrozando una figura que es clave para la estabilidad del país y del sistema), se ha protegido y nos ha protegido de nuevos disparates como el que significaba el 'parto de los montes de los Montero', aplazando al máximo el momento de volver a llamar a los líderes parlamentarios a La Zarzuela. ¿De qué serviría ahora tal llamada, con un Sánchez mirando hacia una derecha que le vuelve la espalda (¿por cuánto tiempo?) y desdeñando a una izquierda que sale de este lance desarbolada y preguntándose si no habría que cambiar de caballo? Ahí está Alberto Garzón, el líder de Izquierda Unida, proponiendo apoyar al PSOE sin buscar contrapartidas ministeriales o hasta vicepresidenciales, que esa era otra. Menudo bofetón, menuda lección, ha dado Garzón a su 'socio' podemita.


Y, en el otro campo, ahí está la siempre poderosa voz de Alberto Núñez Feijoo reclamando al PP que medite un cambio de estrategia, y hasta de táctica, si se hacen 'propuestas serias' desde el Gobierno en funciones que preside Sánchez. Creo que no debe este dejar pasar la oportunidad: solo le queda el clavo ardiente del PP para volver a intentarlo, porque sospecho que, tras el Consejo General que el lunes celebra Ciudadanos, Albert Rivera no se va a mover ni un milímetro de la línea pienso que errónea que se ha marcado. Cuando los dioses quieren perder a los hombres, primero los ciegan. ¿Es que no leen en Ciudadanos las unánimes críticas en los editoriales y comentarios periodísticos, es que no escuchan lo que se dice en tantas reuniones familiares? “No nos importa: estamos acostumbrados a los ataques”, me replicó en una tele, cuando le hice esta pregunta, la portavoz adjunta de los 'naranjas'. Lo que digo de los dioses y la ceguera...



Me veo obligado a elogiar, entre tanta descalificación por cierto bien justa, la actitud de Pedro Sánchez no queriendo ceder al 'Gobierno paralelo' en el que quería hacerle caer Iglesias con la complicidad de la Esquerra de Rufián, que fue muy claro en su discurso en la sesión de investidura animando al aún líder 'morado' a integrarse en el Ejecutivo y mostrar 'que es mejor' que los socialistas; menudo equipo de demolición nos íbamos a encontrar en el Consejo de Ministros. Hay que admitir que Sánchez ha tenido, esta vez, sorteando un peligro para la nación, cierta visión de la jugada. De la jugarreta, más bien, que intentaban hacerle desde las filas de Iglesias/Montero. Por cierto que me sorprende, debo decirlo, el silencio del líder morado, que debe estar rumiando su segundo fracaso de asalto a los cielos, digo a las moquetas. ¿Cuánto tiempo le queda al frente de Podemos?


Lo que no sé es si Sánchez y su asesor circular --que carece por completo de ideología-- habrán entendido el mensaje. Tiene que cambiar equipo: ni Carmen Calvo ni, menos aún, Adriana Lastra valen como negociadoras. Se ha cargado a una parte de lo mejor del PSOE, la que más sabía. Tiene que ofrecer cosas a cambio de apoyos: no por su cara bonita. Y Navarra y la Comunidad de Madrid podrían ser un primer elemento de negociación, por muchas razones, en el inevitable 'giro a la derecha' de un hombre que, como Sánchez, es, en el fondo, mucho más conservador de lo que nos quería hacer ver durante las piruetas con Iglesias con la inevitable demagogia populista.



Tras este trimestre de dislates sin cuento, a Sánchez le quedan menos de dos meses para llegar a acuerdos sólidos, reparar las cañerías, buscar interlocutores adecuados en su propio bando, mudar modos y talantes, ser generoso a la hora de dar y perdonar y poder presentarse al Rey como, ahora sí, el candidato posible para seguir en La Moncloa. Lo otro, ya se sabe, es urnas en noviembre y gobernación en funciones, o sea, con sordina, hasta al menos ¡febrero de 2020!. ¿Se puede aguantar esto?


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