En este país de intensas vacaciones -para el que puede costeárselas- destaca la meritoria labor de algunos políticos para decir cada día lo mismo sin aburrirse y la paciencia de los periodistas para no sublevarse ante tanta reiteración agotadora: que no se fían los unos de los otros, y que ni dan, ni darán, el brazo a torcer. No hay nada nuevo, ni se espera que se produzcan avances. El 13 de septiembre expira el plazo para la investidura, o quedarán automáticamente convocadas las nuevas elecciones legislativas. Otros trescientos millones de euros despilfarrados, si no se evitan, y prórroga de la parálisis, que ya viene de principio de año, cuando no se consiguieron aprobar los Presupuestos Generales del Estado.
Críticas de algunos al Rey Felipe VI por opinar que “mejor un acuerdo, antes que repetir elecciones”; pero es que la ciudadanía lo cree así. Reclamación por la patronal de un “gobierno de moderación que asegure la estabilidad”. Y petición firme de los sindicatos para que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias pacten para evitar elecciones. En definitiva, todo sensato, pero nada nuevo.
Paradójicamente, gracias a ese bloqueo, la España paralizada, o sea el Gobierno en funciones, ha recibido a la España Vaciada. Representantes de Teruel Existe, SoriaYa y otras organizaciones que se ocupan desde hace hasta 20 años de denunciar el abandono del 80 por ciento del territorio español en el que vive el 15 por ciento de la población, pudieron acudir a Moncloa y ser escuchados en su reivindicación fundamental: un Pacto de Estado contra la Despoblación. Eso es lo que pide la sociedad civil, junto a otros Pactos por la Educación, la Justicia, la Ciencia, la Reindustrialización, o la lucha contra la Crisis Climática.
En realidad, podríamos hacer juegos de palabras con esos conceptos porque la “España paralizada” no deja de ser una “España Vaciada”; vaciada de sentido común, preferentemente. ¡Cuando tanta necesidad hay de reivindicar atención a una España vaciada de población, sin tiempo que perder!
Así las cosas, nadie es capaz de asegurar que la repetición de elecciones pueda dar solución a este pernicioso bloqueo. Y aunque algunos aseguren, como el CIS de Tezanos, que el PSOE obtendrá más diputados, no se descarta por completo un desastre: que la previsible abstención de la izquierda desencantada por “esta segunda ocasión en que es posible un gobierno progresista pero Pablo Iglesias lo impide”, como lo asaetean en Twitter los socialistas, abra paso a una mayoría de derechas como la que ha permitido la conquista de los Gobiernos en Andalucía, Murcia y, desde la semana próxima, en la Comunidad de Madrid.
Aunque eso no sucediera así, y en la hipótesis de un mejor resultado socialista, si Pablo Iglesias no quiere sumar, a menos que se acepten sus condiciones que desde el PSOE se consideran como las de “un gobierno dentro del Gobierno”, y habida cuenta que Albert Rivera anuncia que “no acudirá a ninguna reunión más con Pedro Sánchez”, el panorama después del 10 de noviembre puede ser el mismo que el actual. Peor si cabe. Una España paralizada, un desaprovechamiento de las oportunidades que ahora mismo aparecen en la tensa escena internacional y el hastío de los ciudadanos, hacen presagiar cualquier comportamiento electoral errático. “Yo los hacia autónomos de pagar cuota. Primero trabajas, presentas presupuesto y un proyecto; y cuando lo entregas, lo cobras”, propone Eva Turanzo, que presidió la Asociación de Mujeres Empresarias y Directivas de Valencia. Opiniones así, y más cáusticas todavía, fluyen a diario en redes sociales, y se escuchan en cualquier reunión y en cenas de verano. Hay un hartazgo infinito. Y temor a que se malbaraten las posibilidades de crecimiento, que, aún con el relativo frenazo de la eurozona, impulsan moderadamente la economía española. Viene la tormenta del Brexit, azota la borrasca China-Estados Unidos, se acerca la sentencia del “procés” y España sigue con la política paralizada. Imperdonable.
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