Pablo Iglesias está reculando. Ahora comparece dispuesto a aceptar en nombre de Podemos la oferta que los negociadores del PSOE les hicieron en junio. Lo malo para las ambiciones del líder morado es que el Gobierno mantiene echado el cierre por vacaciones y Sánchez no tiene intención de hablar con él hasta mediados de septiembre. Cuando falte una semana para que venza el plazo que por imperativo de la normativa electoral activa el mecanismo automático para convocar nuevas elecciones.
Iglesias resultaba patético en la última entrevista concedida repitiendo una y otra vez que se había sacrificado dando un paso al lado para que el veto de Pedro Sánchez a su persona como vicepresidente ya no fuera obstáculo para que Podemos entrara a formar parte del futuro Gobierno. El temor a la repetición de unos comicios en los que algunas encuestas les atribuyen un nuevo descalabro le ha hecho cambiar de tono y de discurso. Ya no da lecciones de democracia, ni convoca "alarmas antifascistas" como hizo el mismo día en el que se conocieron los resultados de las elecciones autonómicas en Andalucía. Ahora va de humilde componedor dispuesto a aceptar lo que Pedro Sánchez tuviere a bien disponer.
Es una táctica que nace de la asunción del fracaso de la estrategia que bajo su mando ha seguido Podemos en los últimos tres años en sus relaciones con los socialistas. Creyó que podía enviar al PSOE al baúl de la Historia y por eso hizo fracasar la primera investidura presidencial de Pedro Sánchez. Sin darse cuenta de que el viento y la opinión de los ciudadanos estaba cambiando volvió a votar en contra en la segunda y más reciente sesión de investidura. Sánchez que no le había perdonado la primera tomó buena nota de la segunda y pese a los rigores del verano la maquinaria política -y la mediática afín al PSOE- entraron en campaña. Seguramente Iglesias echa de menos las entrevistas complacientes -cuando no sumisas o entregadas- de algunos de los medios que fueron jalonando los días de gloria de su ascenso al escenario de la política española. Sólo en razón de ese cambio se explica su desconcierto ante las preguntas que ahora le colocan frente al espejo de los errores que bajo su dirección han conducido a Podemos a la desambientada situación política actual. Tras escuchar sus palabras no resultaría extraño que acabe apoyando sin contrapartidas programáticas la investidura de Pedro Sánchez. Todo menos repetir las elecciones. En las encuestas le ha visto las orejas al lobo. Por eso recula.
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