A Fausto

José Arturo Pérez
07:00 • 08 sept. 2019

Querido Faustico:


Te fuiste hace un mes, después de esa lucha desigual, dura e in-justa con… “Tengo Cáncer”. ¿Tenía yo que escribirte algo? Sinceramente, creo que no, porque son tantos años que no era preciso y tu sabías, como yo, de nuestros sentimientos mutuos y no es necesario expresarlos y menos públicamente.


Pero, claro, eres tú. Un caso aparte. E igual que fui a tu funeral con corbata negra por la poderosa razón de que, por ti, quería vestirme como tú lo habrías hecho en el mío, ahora te escribo porque sé que tú habrías escrito. Y lo escribo pensando lo leerás o te llegará de algún modo que ya habrás ideado. Canalla.



La diferencia es que tú lo habrías hecho magistralmente y a mí me atacan el pudor, la privacidad y el deseo de evitar hablar de mí en lugar de solo de ti, que es lo que ocurre a veces en estos casos.


En fin, por respeto y cariño a ti escribo esto y lo hago ahora que ha pasado un mes y el tiempo me permite volver a reír contigo. Por eso no voy a volver sobre tantas cosas bonitas que se han dicho de ti estos días, de tu intensidad, tu profesionalidad, tu almeriensismo, etc., que resumiré en una frase muy tuya: o se está para servir o no se sirve para estar.



Sólo voy a reírme de nuevo contigo. Como tantas veces en nuestra vida, porque, sin duda alguna, eres –además de mi familia- la persona con la que más he reído a carcajadas –hasta los dos con lágrimas- en tantas y tantas ocasiones. Desde que te conocí siendo yo estudiante en aquella vista con mi padre en el Tribunal Supremo: hermosa y llena de recuerdos y enseñanza. En tu casa todas aquellas noches con Anna Maria y Carmita, donde no parabas de hablar y contar anécdotas y sucedidos y nos descubrías los vericuetos de aquellos infinitos estantes cargados de cultura y vida. En nuestros viajes, que no es aquí lugar para contar, que tuvieron momentos verdaderamente grandiosos o para quedarse, como tú decías, ojiplático. En nuestra casa, con aquellas noches sin fin. En el recuerdo a mi madre –os queríais mucho también- por tu afición a la “tortilla de pisos” –la última este año en la terraza- y al potaje de Semana Santa, que con todo derecho pedías insistente cuando libremente te apetecía y con la alegría –más risas- que producía lo hicieses. En los encuentros con nuestros respectivos nietos o hablando de ellos, siempre dejando tu impronta de simpatía y cariño a flor de piel. En tantas conversaciones jurídicas, que siempre acababan en anécdotas y risas, pero que siempre empezaban por el planteamiento de un tema muy bien estudiado por tu parte, hasta que sorprendías con el nivel de profundidad a que habías llegado y el tesón en tus defensas.


Parte de las vidas tuya y mía, que ha sido larga en cosas que no tiene sentido contar aquí, porque si lo escribo yo y es para ti, ya las sabemos los dos; ya sé que no es lo que tú habrías hecho, pero tú eres tú –en presente- y siempre lo serás y yo soy yo. Lo mismo que yo –por ahora- no tengo “el termostato roto” ni llevo pañuelo asomado elegantemente en la chaqueta.



En fin, querido, tu llegada al Paraíso la imaginé –te lo prometo- diciéndole jocosamente alguna cosita a San Pedro sobre alguna duda que en tu vida te surgiera (Oye, San Pedro, y ya que, aunque no quiera, estoy aquí…), y siendo recibido en la puerta –como era propio de él- por tu padre, que educadísimo -consustancial a él- y con todo cariño te preguntaría cosas de todo este tiempo desde que no te fuiste a Monforte de Lemos hasta el final.


Sabes que deseo lo mejor para ti y los tuyos –que son algo míos también-, que te echaremos mucho de menos, que te citaremos también mucho y volveremos a reír con “tus cosas”, como tantas veces, porque un vitalista como tú siempre deja esa sensación de ganas de vivir y de disfrutar la vida. ¿Ves? Por eso te escribo así.


Te mando un abrazo “chillao” de esta familia que sabes te quiere tanto como tú a nosotros.


Tu amigo 


Joseíco



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