Pedro Manuel de La Cruz
16:22 • 16 oct. 2011
Si hay un sector sobre el que los almerienses coinciden en que no debe ser sometido a la intemperie borrascosa del tribalismo gremial o el electoralismo, es el agrícola. Su importancia estratégica en la estructura socioeconómica de la provincia es tan fundamental, que cualquier error, cualquier comportamiento inadecuado y cualquier ligereza táctica supone un riesgo tan elevadísimo que estremece.
La crisis provocada hace unos meses por las falsas acusaciones de las autoridades sanitarias alemanas demostraron su vulnerabilidad. Bastó un error en la evaluación de las causas que provocaron la epidemia, para que el modelo agrícola almeriense –y, con el, el andaluz y el español- se tambalearan. De aquellos días de angustiosa incertidumbre debemos sacar varias conclusiones, además de la vulnerabilidad.
Una de las principales es asumir, sin tremendismo pero con rigor, que nuestros competidores no van a dejar pasar una oportunidad para atacar allí donde ellos detecten un flanco de debilidad. Alemanes, holandeses o franceses buscarán el desfiladero, real o inventado, de nuestra debilidad; de algún error o de algún comportamiento inadecuado para, a través de el, destruir nuestra fortaleza.
Pero la consideración de que el enemigo está situado solo extramuros de nuestra geografía es una coartada que, en su parcialidad, nos sitúa al borde permanente del abismo. La competencia exterior buscará siempre el arma con la que atacar nuestras fortalezas. Con eso debemos contar siempre. Con lo que no deben contar nunca ellos es con que seamos nosotros los que pongamos a su disposición las balas.
El sector agrícola, en su proceso productivo y comercializador, así como en la confluencia de intereses contrapuestos que en el coinciden, está rodeado de una extraordinaria complejidad. Los agricultores almerienses son parte activa y principal de un mercado que mueve miles de millones de euros al año y los comportamientos que, por ignorancia o estupidez pongan en duda su forma de actuar sitúan al sector en una posición de extrema debilidad.
El modelo Almería es un modelo de éxito, pero la posición privilegiada de nuestros productos en los mercados europeos solo se mantendrá si cada uno de los agentes que lo conforman mantiene un nivel máximo de exigencia en calidad y garantía a lo largo de todo el proceso.
Una calidad y garantías que deben cuidarse con la máxima pulcritud y el máximo rigor. Esta exigencia ineludible obliga a los agricultores no solo a comportarse en sus explotaciones con la excelencia con que lo hacen, sino también a denunciar cualquier tipo de comportamiento que rompa esta regla. No es tolerable que un agricultor o un grupo reducido de ellos pongan en peligro lo que con tanto esfuerzo, tanto sudor y tanta inteligencia han logrado la inmensa mayoría de los agricultores almerienses.
El mismo nivel de intolerancia es exigible a las administraciones públicas para que nunca caigan en la tentación de utilizar la agricultura como campo de batalla partidista. Con el campo nadie debe jugar. Lo que tienen que hacer unos y otros es sacar el sector de las trincheras y buscar conjuntamente soluciones que impidan comportamientos indeseados.
El sector agrícola almeriense es el refugio con el que cuenta la provincia en estos años y en los que nos esperan de crisis. A pesar de los injustos ataques externos y de algunos errores internos, los balances de campaña consolidan una posición estable. Es preciso por tanto que nadie perturbe esta estabilidad tan rentable pero a la par tan acosada por nuestra competencia exterior y, por tanto, tan vulnerable.
El agricultor que abre su llave de riego debe de ser consciente de que lo que en ese momento está cultivando no es solo su parcela: de su comportamiento depende la salud económica de 30.000 hectáreas cubiertas bajo el mismo plástico, el mismo sol y el mismo esfuerzo. Un bosque productivo que debe preservarse de cualquier irresponsabilidad o imprudencia. Solo así seremos mas fuertes, solo así mantendremos la posición conquistada en los mercados y solo así no tendremos que lamentar que nadie haya p
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