Recordatorios y esquelas fúnebres

José Luis Masegosa
11:00 • 04 nov. 2019

Hace tiempo que observo desde el escepticismo e incredulidad de  la casualidad que año tras año, una vez concluidos los usos y costumbres en torno al día de todos los Santos y del Día de Difuntos, la climatología torna sus expresiones con una suerte de fenómenos que de alguna manera inciden y transforman los paisajes multicolores e inconfundibles de los camposantos, jardines artificiales de estas calendas, recintos botánicos por unos días en los que la floricultura se erige en dueña y señora del silencio que marca las horas infinitas de  esos silentes guetos donde a la sombra del ciprés habitan el dolor, los recuerdos y la nada. Los vientos, de poniente o de levante, según la ubicación geográfica, arrecian con ímpetu  en estas jornadas postreras al reencuentro anual con los que ya no comparten las cosas terrenas.  Los cementerios desnudan su atrezzo, en algunos casos de forma fulminante: calles y pasillos ofrecen un aspecto confuso y hasta violento, como si hubiesen albergado extrañas batallas entre seres desconocidos que hubieran utilizado ánforas, jarrones, y flores como armas arrojadizas, de tal guisa que el desorden de los elementos ornamentales es la tónica general de estas necrópolis de tan homogénea arquitectura, la del misterio e incertidumbre del otro lado de la vida. En ocasiones, cuando por estas jornadas de retaguardia de la honra de nuestros seres ausentes acudimos a sus moradas, contemplamos un panorama que parece pasado por un temporal o azotado por un huracán. Los gladiolos, las rosas, los lilium, las margaritas y crisantemos, que tan recientemente lucían su colorido, aparecen ahora abandonados de los recipientes que los contenían. Las  lámparas encendidas han oscurecido sus llamas y entre las hojas sepias de los árboles compiten en una absurda carrera por llegar a ninguna parte. Es el paisaje después de la batalla, donde impertérritos se mantienen panteones, nichos y lápidas.


Los usos y costumbres centenarios se han adueñado durante los días pasados de los cementerios y camposantos, pero algunas de las viejas tradiciones han desaparecido sin dejar el más mínimo rastro. Nos resultará difícil encontrar hoy en día los antiguos recordatorios que los familiares de los difuntos imprimían para entregarlos a conocidos y allegados. Estos testimonios constituían en muchos casos auténticas obras de las artes de la impresión y la encuadernación, como es el caso del recordatorio doña Francisca Acosta González. Junto a la riqueza impresora la literatura, de los contenidos del recordatorio era prolija, al margen de jaculatorias y prerrogativas en los más variados e insospechados textos. Sirva como ejemplo el recordatorio de fray Bernardo Martínez Noval obispo de Almería, fallecido en junio de 1934 quien no dudó en dejar expresa voluntad de su testamento en cuanto a sus exequias: “mi entierro ha de ser sencillo; no se dirá oración fúnebre para que no se me dirijan elogios que estoy muy lejos de merecer. Se me enterrará en la Catedral y en un sitio visible para que los fieles recen por mí”. No menos curioso resulta el recordatorio de Fernando de Huidobro, capellán legionario fallecido por muerte violenta en la Cuesta de las Perdices, en abril de 1937 “por un proyectil del 12,40 ruso que le cortó la vida. Tenía 34 años”.


Si inaudita puede parecer la literatura fúnebre utilizada en los extintos recordatorios, no se quedan atrás los llamativos e insólitos textos de las esquelas mortuorias, cuya publicación constituye una importante fuente de ingresos de las empresas periodísticas. De algunas de mis conocidas merece mención la del ilustre señor don Enrique Aldaz Riera, notario  y escritor, fallecido en Barcelona el 22 de marzo de 2017. En dicha nota el finado “suplica perdón a sus deudos y amigos por haber tenido el atrevimiento de morirse sin su permiso. No lo hará más… Era voluntad del difunto ser incinerado y que sus cenizas fuesen esparcidas en el mismo monte en que lo fueron las de su madre, pero si por razón de la grave crisis que afecta al país, supusiese un excesivo gasto de energía, que lo tiren al Llobregat”. Es una pequeña parte del anecdotario de las tradiciones fúnebres de nuestro país.






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