Ha coincidido en el tiempo mi visionado de la serie One Mississippi, una joya de la comediante norteamericana Tig Notaro, con mi vuelta a algunos discos de Frank Zappa. La relación entre ambos es sencilla: ambos artistas hablan sin tapujos y con naturalidad de temas que siguen siendo tabú a estas alturas del partido. En el caso de la primera, su enfoque en defensa del lesbianismo es tan franco y contundente que no me extrañaría que el actual habitante de la Casa Blanca la tenga ya en su lista negra.
La primera canción de Zappa que escuché fue Bobby Brown y ya os podéis imaginar lo que el bueno de Frank soltaba por su boca. Si algunos de nuestros nuevos políticos a la derecha de la derecha pudiesen organizarían una quema de discos, como cuando Lennon tuvo aquella ocurrencia de soltar una verdad como un templo.
Sin embargo no es al Zappa trasgresor y descarado al que mas estoy escuchando ahora, sino al que se decantó por el jazz, porque en su casi centenar de álbumes publicados exploró prácticamente todos los estilos musicales existentes.
Comenzó con rock experimental y psicodélico en su debut Freak Out (1966), considerado preludio del rock progresivo, pero ya en su legendario Hot Rats (1969) dejaba bastante claro que la sonoridad y libertad que otorgaba el jazz estaban su punto de mira.
Pero tuvieron que ocurrirle un par de desagradables incidentes para que se destapase el tarro de las esencias. En 1971, mientras actuaba en el Casino de Montreaux, un descerebrado con una bengala provocó un incendio que le hizo perder todo su equipo. Eso sí, a una banda llamada Deep Purple les resultó bastante rentable el desastre al contarlo en Smoke on the water, pero esa es otra historia.
Unos días después, actuando en Londres, un cretino celoso porque su novia le ‘ponía ojitos’ al bigotudo guitarrista, se abalanzó sobre él arrojándolo al foso de la orquesta. El resultado: problemas en su laringe que le obligaron a cambiar su forma de cantar y una leve cojera de por vida.
Durante su convalecencia fue cuando el amigo Zappa parió dos de sus discos más geniales: Waka/Jawaka y The grand wazoo. Ambos están plagados de música compleja, instrumental en su mayor parte, con influencias de todo tipo, pero sobre todo del mundo del jazz. Tras esta etapa instrumental, Zappa jamás renunció a sus canciones reivindicativas e incómodas así que, volviendo a la serie del principio, da gusto ver que hoy en día, a pesar de la ola de intolerancia que parece renacer en todo el mundo, siguen alzándose voces en pos de la libertad sexual de cada individuo. Algo de Zappa sigue vivo.
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