Por suerte, hoy en día es algo cotidiano, pero en los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado, tener la oportunidad de disfrutar de una estancia en un colegio inglés no era demasiado habitual. Y en una plomiza ciudad de provincias como era la Almería del posfranquismo, poco más que un pueblo grande sureño dominado por una oligarquía político-militar profundamente conservadora, ultracatólica y fieramente cerrada sobre sí misma, disfrutar de una oportunidad de ese tipo era un regalo que te cambiaba la vida. Y puedo afirmar que a un puñado de adolescentes nos la cambió para siempre, añadiendo una serie de oportunidades vitales determinantes. Allí aprendimos el valor de la diversidad, del respeto a otras culturas y formas de vivir, a la posibilidad de solucionar los problemas a través del dialogo, de la importancia de la libertad de expresión, de la primacía de la meritocracia y de la de mantener las opciones abiertas ante cualquier problema. En resumen, de los valores que se han venido identificando siempre con los pueblos anglosajones.
En mi caso concreto, esta experiencia hizo crecer en mí una anglofilia que se fue consolidando a lo largo del resto de mi vida. Todos los avatares de la misma fueron potenciando y consolidando este sentimiento nacido en la primera juventud, por el cual la admiración hacia la forma de enfocar los problemas sociales y vitales de las naciones que se ha venido en llamar anglosajonas se fue consolidando como una guía vital. Como mi formación profesional incluyó una aproximación a la cultura, historia y civilización de los pueblos de habla inglesa, gestas como la batalla de Inglaterra <”nunca en la historia de la humanidad tantos debieron tanto a tan pocos>) o la batalla de Midway<en cinco minutos, las tácticas norteamericanas hicieron que Japón pasara de ganar la guerra a perderla>, parecían demostrar que aparte de inventar la democracia moderna y el parlamentarismo, la sociedad anglosajona tenía una clara superioridad de enfoque sobre el resto. En el caso de España, había siempre algo bastante molesto rondando. Cualquier escolar británico sabía desde niño que los ingleses habían vencido siempre a los españoles en el mar, que la Armada Invencible había sido un enorme fiasco, que un puñado de corsarios ingleses habían tenido en jaque durante tres siglos al imperio español, y que el remate había sido la derrota de la armada franco española en Trafalgar cuyos pabellones capturados te enseñaban tus profesores británicos con poco disimulado orgullo.
Pero, entonces, ya muy avanzada mi vida, llegó el referéndum para la salida del Reino, Unido de la Unión Europea. Y, yo como muchos otros, me quede casi en estado de shock al ver que el pragmático y moderado electorado británico votaba por la salida, con una voluntad de aislamiento, xenofobia y autodestrucción equiparable al de cualquier republica balcánica. A partir de ese momento, muchas cosas cambiaron en el mundo. Para algunos, tanto ese resultado como el deterioro posterior de un sistema parlamentario que hasta entonces parecía modélico, acompañado de la elección como presidente al otro lado del atlántico de un matón de barrio con dinero. Desde entonces, muchas cosas han cambiado; de hecho, yo me atrevería a decir que el mundo es un lugar mucho menos fiable a partir de ese tiro en el pie colectivo que las dos naciones que lideraron el parlamentarismo y la democracia moderna se han dado a si mismas y por extensión al resto del planeta.
Todo ha cambiado en la percepción que el resto del mundo tiene hoy en día de las naciones anglosajonas. Estamos en una nueva época, y la cosmovisión está cambiando a marchas forzadas, escapando del enfoque dominado durante al menos los dos últimos siglos por la cultura anglosajona. Churchill ya no es solo el líder que personalizo la lucha contra el nazismo, también fue el responsable de las hambrunas en Bengala. Hemos comenzado a ver las cosas con otra óptica, y a recordar que EEUU no solo impide la inmigración latinoamericana hoy, es que además es responsable de arrebatar mas del 50% de su territorio a Méjico, y de una enorme cantidad de golpes de estado, invasiones y guerras civiles en Centroamérica. En resumen, es un país con una cierta responsabilidad sobre las oleadas migratorias que ahora reciben y antes las cuales pretenden imponer una política de mano dura. No hace mucho que nos hemos enterado, que el balance de la guerra naval entre España y Gran Bretaña, no solo esta empatado, sino que de hecho la mayor derrota naval de la historia de la marina británica fue realizada por un marino español manco y cojo en Cartagena de Indias y que en tres siglos de duración del imperio español, fueron contados los casos de perdida de una flota a manos ingleses.
No es extraño que actualmente proliferen los libros que intentan refutar la leyenda negra española y la pesimista visión que hemos tenido hasta ahora de nosotros mismos, en muchos casos pasadas por el tamiz de unos intelectuales pertenecientes a unas pretendidas sociedades más avanzadas que al día de hoy hemos visto que no lo son tanto. Quizás ha llegado el momento de que empecemos a repensar gran parte de nuestra visión sobre nosotros mismos como país con un poco más de amabilidad y de respeto hacia nuestra trayectoria como sociedad. Ya es hora de que empecemos a desarrollar nuestro propio acercamiento a nuestra historia, nuestra cultura y nuestro proyecto como país con madurez y sin complejos hacia otras tradiciones cuya visión sobre nosotros ha podido ser interesada y cuya superioridad en el enfoque se ha demostrado que ya no es tal.
Y, por cierto, que no está de más recordar que en los anales de la guerra naval, esta registrada la batalla de la Bahía de Almería, que tuvo lugar durante la guerra de Flandes y en la que una flota española muy inferior en número, puso en fuga a una anglo-holandesa muy superior, capturando un gran numero de navíos holandeses e ingleses que fueron capturados y llevados al puerto de Almería.
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