Quizá nunca se dio tal paradoja en los anales de historia alguna en un país europeo. Pero lo cierto es que España depende ahora mismo de dos hombres que rechazan ser españoles. Uno, desde su prisión, tiene como rehén nada menos que al presidente del Gobierno en funciones, que admite privadamente, dicen, que esto no le gusta, pero que no tiene otro remedio que echarse en brazos del recluso (al que pronto veremos por las calles, creo). El otro afirma estar 'exiliado' (en realidad, fugado) y este martes, día en el que ocurrirá casi de todo en el país político, ha convocado una 'cumbre' de los suyos en Bélgica para, según ha trascendido, debatir por dónde continuar el camino hacia la secesión.
Los dos hombres de los que depende la buena, mala o pésima marcha del Estado, para colmo se odian entre sí y ambos odian al Estado. Se lo explicas a un marciano recién aterrizado en la Tierra, en este planeta que concluye esta semana sin mucho resultado una 'cumbre' para su propia supervivencia, y seguro que se vuelve, despavorido, en la nave espacial hacia el 'planeta rojo': "Están locos estos terrícolas".
El mismo martes en el que el fugado reúne en Bruselas a sus parlamentarios y dirigentes de su partido para ver qué capítulo toca ahora abrir en la batalla contra el Estado, el otro hombre teledirigirá desde su celda-oficina un encuentro entre los suyos y quienes ahora representan, de alguna manera, al partido que gobierna en ese Estado. Ese encuentro ocurrirá en Barcelona, mientras en Madrid el jefe del Estado celebrará consultas con los representantes votados por la población para que le digan quién gobernará, es un decir, a ese Estado. Bueno, no todos irán a esas consultas, porque aquellos que dependen de los dos hombres de los que depende el Estado rechazan ir a ver al jefe del Estado, porque no le reconocen, ni a él ni al Estado. ¿Lo ha entendido usted? Enhorabuena. Yo no lo entiendo mucho.
Mientras, la maquinaria judicial europea sigue funcionando en favor, me parece, de uno de los dos hombres, el preso, y quizá también del otro, el fugado. Y el jefe del Gobierno central en funciones y su socio principal, que tampoco es que crea mucho en el jefe del Estado, aunque sí irá a verle (con zapatillas deportivas, eso sí), trata de acelerar el ritmo del proceso que llevará a su bastante probable investidura antes de que las cuadernas estallen por cualquiera de las circunstancias que, más pronto que tarde, zarandearán toda la nave, y entonces qué.
Y luego te dicen, los ministros con los que aún te llevas bien, que ánimo, que esto va a salir adelante. O hacia atrás. O hacia arriba, de copiloto con el marciano. Locos, locos estos terrícolas.
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