Durante la agonía del pasado año y los primeros pasos del actual, asistimos a una febril exacerbación por el dinero, a la que contribuyen dos factores de carácter y consecuencias bien distintos. De una parte, la lotería –con sus dos citas más relevantes, la de Navidad y la del Niño-, y de otro lado, los aguinaldos, papanoeles y los Reyes Magos. Puede que a esta hora de este día, cualquiera de los generosos lectores que tienen a bien detener su ojeo de La Voz en estas líneas haya sido agraciado con alguno de los premios del sorteo que, como manda la tradición lotera española, se celebra en la fiesta de Los Reyes Magos. Pero puede ocurrir también que si ha invertido en alguno de los números que habitan en el bombo y el azar no lo ha premiado, pierda la inversión junto a las esperanzas e ilusiones que haya puesto en su participación.
Hay quien dice que, además del día de la salud, –el 22 de diciembre- la lotería de Navidad y del Niño es el impuesto pagado anualmente a la esperanza, por cuantos, poniendo en duda la eficacia de los propios méritos, aspiran a mejorar su vida, merced a la caprichosa intervención de la suerte. La esperanza de obtener “el gordo” permite pasar las más felices horas de la existencia forjando castillos en el aíre y olvidando carencias y dificultades. No es de extrañar, por lo tanto, la gran expectación e interés que suscitan, principalmente, el sorteo de Navidad y el de hoy, cuyo masivo seguimiento no deja escapar el más nimio detalle del mismo. Ahí han quedado las imágenes virales de la supuesta conspiración del pasado sorteo de Navidad, aclarada posteriormente por el organismo de Loterías, cuando un operario introdujo en el bombo una de las bolas que había rebotado. No es de extrañar tampoco la polémica inicial si rememoramos uno de los pasajes de la historia de la Lotería, acaecido en la primera década del pasado siglo, que protagonizaron leoneses y andaluces.
Al parecer, no fue el azar el que hizo recaer las tres consecutivas extracciones de los tres primeros premios del sorteo de Navidad en números distribuidos entre leoneses.
Cuentan que tal fortuna no fue capricho de la ventura, sino de la influencia política de don Fernando Merino, a la sazón, ministro de la Gobernación e hijo de León. El hecho de que el “gordo” cayera durante tres ediciones en tierras de la entonces Castilla la Vieja suscitó no pocos rumores y comentarios, cuando no alguna que otra sospecha, ante la incredulidad de quienes creían imposible que nada menos que el titular de la cartera de Gobernación se prestara a plantarse ante el director general del Tesoro –responsable directo, entonces, de la lotería- y le insinuara, sugiriera y, mucho menos, le ordenara que las extracciones de los tres mayores premios de los tres siguientes sorteos navideños correspondieran a números vendidos en León. No obstante, un terco jugador andaluz de cierta relevancia social, convencido de tales artimañas, aguardó pacientemente a que, tras varias crisis gubernamentales, accediera al departamento de Gobernación algún amigo o conocido. La espera fue paciente, pero un buen día La Gaceta –el equivalente al BOE- publicó el nombramiento del cordobés Antonio Barroso Castillo como titular de Gobernación, entre otras carteras. Nuestro ambicioso jugador saltó de alegría y se apresuró a felicitar y desear toda clase de parabienes a su ministro amigo.
Llegado el mes de diciembre, el ilusionado jugador confesó su convencimiento del hipotético poder del ministro a un conocido de posibles, quien compró un billete en la capital andaluza, del que distribuyeron pequeñas participaciones para que así fuese mayor el número de beneficiados. Unos días antes del sorteo navideño, el urdidor lotero se desplazó al Ministerio de la Gobernación, donde mantuvo el deseado encuentro con su principal inquilino, a quien le comentó que un numeroso colectivo de andaluces había adquirido un billete del próximo sorteo ; al tiempo que le mostraba el número le expresaba su confianza en que sería el “gordo”, y le hacía un guiño como un poema: “!Es un numerito precioso!. Con la mirada fija en el billete, el ministro asintió y comentó :”Sí que es un número bonito, puede, puede que aciertes”. El apostante se despidió cariñosamente del ministro; con las piernas flanqueando de emoción abandonó el despacho convencido de que don Antonio Barroso haría más por sus paisanos –andaluces- que Fernando Merino por los suyos –leoneses-. Al igual que los ciudadanos esperarán hoy el final del sorteo del “Niño”, el entusiasmado paisano aguardó a la tarde del 22 de diciembre. Aquel día llegó a una conclusión: Los andaluces no nos ayudamos los unos a los otros.
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