Si lo hacen los míos, está bien hecho

Sé que no es un argumento novedoso y quizás -ahí dejo amplio margen a la generosidad del lector- ni tan siquiera resulte merecedor de algún interés, pero no puedo dejar de mencionar eso que a veces llamamos “la doble vara de medir” y que otras, simplemente, es una sencilla reflexión: en España no importa lo que se haga, sino quién lo haga. Es decir, que los hechos recibirán más o menos críticas según sus protagonistas. Lo digo porque cuesta trabajo pensar que los que ahora callan o degluten con disciplinado silencio el desvergonzado tránsito de la ministra de Justicia a la Fiscalía General del Estado no estarían ahora mismo montando un sonoro y bien justificado estrépito si semejante trapacería hubiera ocurrido por mandato directo del ex presidente del PP Mariano Rajoy. Pero resulta inquietante la tranquilidad y hasta el aplauso que tan despótico gesto merece, porque demuestra que vivimos en un país en el que la afinidad o la militancia actúan como antídoto de los envenenamientos que producen en la conciencia de las personas decentes los malos hábitos de los peores políticos. “Si lo hacen los míos está bien hecho”, piensan muchos. Y no es sólo este ejemplo el que ilustra lo que digo, sino que acabamos de ser testigos de otro caso similar.

Todos recordarán la campaña de críticas que en su día mereció la designación de la mujer del entonces presidente popular Aznar como candidata a la alcaldía de Madrid. Miles de españoles desempolvaron el concepto clásico del Derecho Romano que explica en la voz “nepotismo” el nombramiento de familiares para cargos públicos sin más mérito que el vínculo. Pues bien, los mismos que cargaron contra Ana Botella, (entre ellos y con especial saña un joven tertuliano televisivo llamado Pablo Iglesias) son los que ahora callan al ver que la compañera del vicepresidente Iglesias ha pasado de cajera de supermercado a ministra de España. Está claro: si lo hacen los míos, está bien hecho.