Resulta comprensible que muchos almerienses estén molestos por tener que pasar frecuentemente ante el edificio presidido por el escudo de un régimen político encabezado por un hombre poderoso y temible, que gobernó España hace años con mano inclemente y mirada acerada. ¿De qué han servido tantos años de lucha por la democracia para que al levantar la mirada nos encontremos con el testimonio infame de la autocracia opresora? ¿Acaso no vamos a tener el coraje democrático de exigir la inmediata eliminación del símbolo de un tiempo ya superado? Y es que es normal que, a día de hoy, haya muchos almerienses que al ver grabados en la dura piedra del tiempo los símbolos de unos años de dominación y miedo, sientan el comprensible rechazo a un sistema antidemocrático, injusto, desigual y terrible, que supuso la expulsión y exilio de los diferentes, el largo encarcelamiento de los opositores y la persecución y cruel muerte de los que se atrevieron a levantar la bandera de las libertades contra el orden establecido a sangre y fuego sobre la población. No bajemos la guardia ante el mantenimiento de esa memoria histórica del pasado y permanezcamos vigilantes ante la sospechosa indolencia de cuantos no se duelen ante el agravio y no hacen nada por evitarnos este bochorno de la sumisión perenne ante la autocracia. Y no digamos nada de cuantos miran el inefable escudo sin asomo de vergüenza y procesan la afrenta con la excusa grosera de que eso forma parte de la historia común de todos, que hay que aprender de los errores y aciertos del pasado y que reescribir ahora la historia de muchos años atrás conforme a nuestros usos y costumbres actuales carece de sentido. Así que, por favor, les pido a todos ustedes que se dirijan a las autoridades competentes y exijan la inmediata eliminación de la portada de la Catedral de Almería del escudo de armas del emperador Carlos I de España, ese pedazo de fascista.
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