Contaba el gran Luis Carandell que, en las Cortes de Cádiz, el ingenio popular llamaba ‘culiparlantes’ a los diputados que nunca tenían intervención destacada alguna, limitando su actividad a levantarse y sentarse para votar lo que les indicaban los rectores de su grupo parlamentario.
Ahora, con el voto telemático, la ‘culiparlancia’ consiste en aplaudir al líder propio durante más minutos que la oposición a su jefe. Y el Congreso de los Diputados ha venido convirtiéndose en un perpetuo ‘aplausómetro’: llega Pedro Sánchez y, antes de iniciar su faena, atronadora salva del grupo socialista. El líder de la oposición, en cambio, atajó el atisbo aplaudidor de los ‘populares’, sobre todo porque necesitaba criticar la gratuita, opinó, ovación al presidente del Gobierno.
En eso andamos: en quién aplaude más al propio y abuchea más al ajeno. Mala receta para ese pacto que luego todos dicen querer lograr y nunca acaban de concretarlo del todo. Causa, la verdad, algo de bochorno esta (in)actividad de Sus Señorías.
En este sentido, debe admitirse que Casado, que bien que se dejaba vitorear en sesiones anteriores, hizo lo correcto este miércoles: callar a sus pelotas, aunque ello se debió a que necesitaba criticar el afán laudatorio de los socialistas con respecto al jefe Sánchez.
Pero es que la forma, en política, y en la vida, es tan importante como el fondo. Y con estas formas mal se puede prever una entente transversal sobre cómo utilizar esos 140.000 millones de euros que nos irán llegando de Europa. Yo fui el primero en aplaudir la actuación de Sánchez que llevó al desbloqueo de esos fondos frente a los países ‘austeros’. Pero ¿y la crítica ante los desmanes, las pasadas, los errores, ante ese desbarajuste en el que se está convirtiendo la lucha contra los rebrotes?
Es el nuestro un país más volcado en aplaudir lo propio y criticar lo ajeno, desconociendo eso de la paja y la viga, pero nada propenso a la autocrítica. Nuestros políticos no saben lo que es eso, y el ‘redondísimo’ táctico encuentra buen acomodo en el peloteo de quienes a veces están donde están más por la fidelidad al jefe que por méritos castelarinos, que nunca han demostrado.
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