No me apetece

Cristina Torres Ripoll
07:00 • 09 sept. 2020

Hace unos días pregunté a mi sobrino si quería volver al cole, él, muy comedido, me contestó: “Tita, no me apetece”. Yo le insistí aludiendo a sus amigos, a todo lo que se tendrían que contar después del confinamiento. Le hablé de reencuentros, de las cosas que aprendería este año, pero él fue implacable y un segundo “no me apetece” emergió como si se hubiera contagiado del hastío pandémico.


No le culpo. Créanme. Almería es ese paraíso en el que se establece un horario de acceso a la playa, pero se es incapaz de prever el número de test serológicos necesarios para las pruebas de los docentes en su vuelta al cole. Un lugar en el que se limita el aforo de las bodas de 250 a 100 invitados en espacios cerrados y congregados en mesas de no más de 10 personas, pero instauran las aulas burbuja en las que un grupo de entre 15 y 20 niños podrá relacionarse sin distancia, ni mascarilla – y que las reuniones de padres sigan siendo telemáticas, no se vayan a infectar –. Grupos de convivencia los han llamado, grupos de contagio hubiera sido más adecuado.


No quisiera ser yo agorera, pero empiezo a encontrar ciertas similitudes entre la desafortunada campaña de la vuelta al cole de El Corte Inglés y los planes elaborados para el regreso presencial a las aulas: ambos parecen haberse quedado colgados. Ahora mismo es más seguro tomarse una caña en una terraza, que aprender las tablas de multiplicar en una clase.



Septiembre se me antoja revuelto, no siempre ha sido así. Quizá sea por sus connotaciones pandémicas. El breve período de sosiego que ha supuesto el verano es en realidad una calma chicha. La tormenta está por llegar y los primeros truenos vienen con la presidenta Díaz Ayuso cuando afirma que: “Prácticamente todos los niños acabarán contagiándose”. ¿Qué hemos aprendido de la pandemia? Por lo visto nada.


Yo creo que este virus nos está volviendo locos. Me temo que, inmersos en la paranoia que asola este escenario pandémico, hemos perdido la perspectiva. Vilipendiamos al que se casa, pero que no pase el 2020 sin soplar las velas de la tarta de cumpleaños – ya se sabe lo importante que es el deseo –. Renegábamos de la policía de balcón, pero vigilamos quién lleva la mascarilla y cómo. Queremos que los niños vuelvan a las aulas, pero faltan profesores y medios. Vista la cantidad de incongruencias que acompañan a la nueva normalidad, no creo que los puristas de la Covid difieran mucho de los negacionistas en lo que a empatía se refiere.



¿Recuerdan aquello de que saldríamos mejor de esto? Pues creo que algunos pensaron: “No me apetece” y así estamos.




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