No habrá burbuja, paraguas o escudo social que nos refugie con seguridad del coronavirus en el inicio de este curso escolar. Los políticos de todos los signos, con la ministra ‘flower power’ a la cabeza, han intentado con esas metáforas distraernos y tapar su inoperancia, su falta de liderazgo para tomar decisiones arriesgadas a tiempo.
En pocos días, todo lo que en los últimos meses se ha prohibido en España para frenar la pandemia (fiestas privadas y públicas, bodas y entierros, limitaciones de aforo en teatros, bares, pubs y cines)... todo eso se dará cita de golpe a diario en los colegios e institutos de nuestros hijos. ¿No es cuanto menos paradójico?
Quinientas, ochocientas o más de mil personas, alumnos y trabajadores entrarán cada día a centros educativos que apenas se han reformado con carteles, plásticos y pegatinas como si fueran antivirales certificados por la OMS. Cientos de personas convivirán en espacios cerrados durante horas con la incertidumbre de si un aula será la plataforma lanzadera de 30 nuevas familias contagiadas en Almería. ¿Quién asumirá la responsabilidad de estas concentraciones prohibidas de hecho en otros ámbitos distintos al de la enseñanza?
¿Qué nos ofrecieron nuestros políticos? Una burbuja. ¡Vale!, también alcohol y mascarillas que las directivas tienen que ir a recoger con carretilla. Y de paso el encargo de elaborar “protocolos” en cada centro. Las directivas son profesores, trabajadores que se han quedado prácticamente sin vacaciones a diferencia de los políticos.
¿Qué tenemos en realidad aparte de la burbuja de los políticos? A nosotros, los ciudadanos. ¿Con qué armas vamos a esta guerra invisible? No, desde luego con una huelga preventiva. Son pocas pero importantes: esfuerzo, rigor, trabajo y responsabilidad. Los profesores vamos con ilusión pero poca fe, la propuesta de Gabriel Amat el pasado viernes.
A diferencia de los ñoños reportajes de los periodistas sobre la vuelta al cole de los más pequeños, es en los institutos donde está el mayor riesgo de contagio, donde los adolescentes descubren su instinto gregario. Se acabó por ahora el pegarse abrazarse, empujarse, compartir, hablar, chillarse... en pocos minutos todo puede torcerse por un solo error sin que lo sepamos en el momento. Las familias deben concienciar seriamente a sus hijos de que todos nos jugamos no solo la salud.
La única burbuja efectiva en España es la que hemos creado con muchas palabras; y en la que muchos se han metido para aislarse de la realidad. Los periodistas también, que dejaron pasar el tiempo hasta hoy con productivos señuelos como “brecha digital”, “presencialidad” o “ratio”. ¿No se han enterado aún del absurdo de preguntar una y otra vez por la “ratio” en estas circunstancias excepcionales? Una ratio es una cifra administrativa de referencia en circunstancias normales. Pero en esta anormalidad lo que manda es la distancia. 20 alumnos incumplen la obligada distancia social en un aula pequeña pero en una grande pueden cumplir la norma de sobra.
Las cifras en bruto significan poco. Lo sabía bien Imbroda el pasado viernes en el IES Sabinar de Roquetas de Mar. “¿No le parecen suficientes 6.500 profesores más?”, replicó el Consejero de Educación a las maestras que lealmente le confesaban a su jefe su decepción.
Si hubiera habido algún periodista sin burbuja le hubiera devuelto la pregunta al consejero; más concreta: ¿Señor Imbroda, deben los centros educativos andaluces cumplir el Real Decreto-ley 21/2020, de 9 de junio? No creo que dijera que no.Los funcionarios estamos obligados a cumplir la ley y en concreto esos artículos 6, 7 y 9, que instan a guardar la distancia de seguridad de metro y medio. “¿Y entonces serán suficientes entonces esos 6.500 funcionarios extra?”, podrían haber repreguntado al consejero.
El Gobierno andaluz anunció “a ciegas” esos profesores antes del trabajo previo de colocar y medir, de desdoblar grupos y de aprovecharse de la enseñanza híbrida. Incluso de flexibilizar horarios. Esas buenas instrucciones llegaron el pasado jueves, tarde, muy tarde.
Ministra y consejeros, todos los políticos tenían que haber reaccionado ya en junio, a lo sumo en julio. ¿Por qué no se instó antes a preparar la enseñanza híbrida, online y presencial para los mayores? ¿Por qué no se contrataron aulas prefabricadas para aquellos centros con superficie de sobra en sus patios? ¿Dónde están los micrófonos y cámaras web necesarios? Son algunas preguntas de un profesor cualquiera, que comienza el curso con responsabilidad e ilusión pero sin fe. Y desde luego, fuera de cualquier burbuja.
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