Semanas atrás, con cierto asombro, un ciudadano extranjero me interpelaba con mucha curiosidad acerca de su creencia de que vivimos en un país que revienta de sentimiento patriótico. Lo hacía mientras ojeaba en La Voz la información del acto conmemorativo del centenario de la Legión, presidido por el rey Felipe VI. Con el fin de no profundizar sobre el verdadero significado de patriotismo y su correcta utilización asentí con la cabeza, no sin recapacitar y concluir que, en efecto, aquí apenas pensamos en otra cosa que en celebrar efemérides, aniversarios y centenarios, colocar –o arrancar- placas conmemorativas, y levantar –o derribar- estatuas, y cambiar los nombres de las calles. En este sentido, pese a las obligadas alteraciones motivadas por la pandemia, vivimos en un año que nos trae el centenario de algunos hechos importantes y de la muerte de personas insignes.
Aquel año de hace un siglo comenzó en jueves, el primer día de la primera hoja del nuevo calendario que el periódico El Fígaro saludó de forma tan original: “Esta madrugada recibió el Ministro a los periodistas. No tenía noticias que comunicar a la Prensa. Como todos los años el Ministro obsequió a los periodistas con un espléndido “lunch” con motivo del año nuevo que empieza. El señor Fernández Prida, en unión de los señores Wais, Millán y otros altos cargos del Ministerio, comieron con los periodistas, al dar las doce, las tradicionales uvas.
Este año, al bajar la bola del Ministerio de la Gobernación, apareció un magnífico letrero anunciando el año 1920. En la Puerta del Sol hubo bastante animación, a pesar de la noche lluviosa que hacía”. Y es que 1920, paradójicamente-, además de sufrir la mal llamada gripe española, es el año del que más hechos se conmemoran, pues fue pródigo en acontecimientos patrios: Un incendio destruyó el Gran Teatro de Madrid, ciudad que despedía al torero Joselito, y en el ámbito de las Letras moría don Benito Pérez Galdós y nacía Miguel Delibes. Sólo constituyen una pequeña muestra de que motivos celebrativos no nos faltan.
Andamos tan ocupados en celebrar a presentes y pasados que nunca nos queda tiempo para fomentar el empleo, pensar en construir más hospitales, centros sanitarios y escuelas, mejorar la atención social y asistencia de la población vulnerable y desfavorecida, incrementar a los colectivos de la sanidad y la educación, y crear centros y establecimientos culturales. Este año, que va a contracorriente, se nos ha echado encima con un chaparrón de centenarios que, en parte, han tenido que aplazarse hasta tiempos mejores. A uno le parece muy bien que se conmemoren los grandes hechos de la historia, si la conmemoración ha de significar estudio y aprovechamiento, pero lo que considero mal, muy mal, es la manera cómo, de costumbre, se suelen celebrar los centenarios. Como fundamento de su celebración se invoca casi siempre el patriotismo. Y a me gustaría que se me respondiese – por quien corresponda- con franqueza: ¿Gastar dinero en fuegos artificiales y juegos florales, estropear las ciudades y pueblos con ornamentales y cursis elementos, interrumpir el tráfico de las calles con mascaradas y ofrecer canapés a los personajes políticos y allegados, pueden ser manifestaciones de patriotismo? Por regla general, en eso suelen consistir, en la práctica, todos los programas de aniversarios, centenarios y conmemoraciones.
Es el tradicional “vino español” para el Ayuntamiento o institución que toque, y un Te Deum o misa para los fieles. Y no, no es eso: Los cohetes, músicas y demás mojigangas, organizadas para recabar votos con pretexto de divertir al pueblo, cumplían acaso su objetivo en otras épocas; hoy le traen sin cuidado a todo el mundo. Lo único que interesa al pueblo es que se gane cuanto antes la batalla al innombrable bichito, contar con una óptima atención sanitaria y social, disponer de una educación de calidad, que se cree empleo y desaparezca el paro, que se extinga la pobreza, que suban los salarios y bajen los precios de los productos básicos, etc. Lo de divertirse de real orden es cuestión de los tiempos de Fernando VII, pues los fastos que acompañan a toda conmemoración sólo divierten a sus organizadores y protagonistas. Esto, y no el manido alegato patriótico, es la causa de que tengamos tanta afición a los aniversarios y centenarios. Tal vez por ello sea factible encontrar financiación para dichos fines, y tan difícil disponer de fondos para mejorar la vida de los ciudadanos.
En realidad, lo verdaderamente patriótico y racional sería armonizar ambas iniciativas, de manera que las conmemoraciones de cualquier hecho histórico llevasen consigo la creación de riqueza y bienestar, así como la mejora de los servicios ciudadanos. Con este criterio, el “guiri” que deducía el sentimiento patriótico de los aniversarios, descubriría que los muchos centenarios que celebramos podrían aumentar el número de empleados, la dotación de hospitales, escuelas y centros sociales y culturales, al tiempo que se haría una idea mucho más alta de nosotros porque nuestros centenarios se traducirían en acciones y obras útiles y duraderas, en lugar de plasmarse en cohetes, placas y canapés.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/201645/aniversarios-y-conmemoraciones