Coñotrampa

Cristina Torres Ripoll
07:00 • 07 oct. 2020

Una de mis amistades más polémicas asegura que cualquier chica al llegar a los 30 se transforma en un “coñotrampa”, como si su aspiración máxima en la vida fuese la de atrapar a un hombre para ser madre. Me pregunto cuántas veces le habrán llamado a él “pollatrampa”. Es injusto.


Tengo 35 años, la edad límite para un embarazo seguro y en la que el “cuándo vas a ser madre” se convierte en una pregunta incómoda y de mal gusto. Si una mujer de mi edad cumple con los requisitos básicos: pareja, casa y trabajo estable; debe entregarse a la maternidad y a toda prisa. Cuándo, cuándo, cuándo. ¿Es este el reloj biológico del que hablan? Nos aferramos al cuándo sin saber si queremos. Se trata de una maternidad exigida, impuesta. Nuestra meta y objetivo vital. Quizá nunca pueda ser una mujer completa sin descendencia, al menos eso me dice la sociedad. No sé si tengo más miedo a tener hijos o a no tenerlos.


Cuando tuve mi primer novio, mi madre me pidió que lo dejara y me centrara en estudiar, ocurrió lo mismo con los siguientes. Ella quería que entendiera el éxito más allá de conseguir un marido o formar una familia. Nunca hablé con ella de cómo sería mi boda o mis hijos, más que nada porque no lo imaginaba. Me tildé a mí misma de egoísta por no aceptar lo que se me imponía como mujer, sin ser consciente del lastre machista que implica una frase como: “Soy demasiado egoísta para tener hijos”. Aprendí a vivir la maternidad a través de mis amigas, del mismo modo en que ellas vivían a través de mí la soltería perdida al dar el “sí, quiero”; un acuerdo tácito con el que no convertirme en un “coñotrampa”.



Ahora escondo una cicatriz que se hunde al final de mi vientre. Me oprime, se retuerce por dentro y los días de frío parece gritar. Un bramido vacuo, inmenso y desgarrador que me recuerda que no estoy hecha para ser madre. La oculto frente al espejo y en la playa con un biquini de tiro alto; incluso en la intimidad, como si tuviera que avergonzarme por ella. A veces olvido qué es lo que realmente escondo: ¿si la cicatriz o en lo que me ha convertido?


La primera vez que alguien me preguntó si quería ser madre acababa de cumplir 31 años, también era la primera vez que alguien me hablaba de carcinomas. Sentada en aquella consulta mis dudas se transformaron en rabia, miedo e incertidumbre; pero también lo impuesto se disipó y ahora se presentaba como una opción. Yo tenía la oportunidad de elegir si quería ser madre o no y decidí quedarme con esa ínfima posibilidad, siendo fiel a mis titubeos. Desde entonces soy yo quien pregunta cuándo.





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