España está mal. Pero ni estamos en un nuevo "98", ni es un Estado fallido como apuntan algunos analistas europeos. Lo que no significa que no estemos atravesando por una crisis política sin precedentes fruto del enfrentamiento abierto entre algunas de las principales instituciones del Reino. La llegada al Gobierno, de la mano del PSOE, del movimiento bolivariano Podemos está en el origen de algunas de las tensiones que afligen al país. Sería el caso de la campaña contra la Monarquía desplegada desde el seno del propio Ejecutivo por el vicepresidente Pablo Iglesias, hecho que no tiene precedentes. Tampoco los tienen los ataques al poder judicial y las amenazas a algún magistrado lanzadas por algunos dirigentes podemitas a raíz del horizonte penal que tiene planteado el mencionado Iglesias. Ya digo que España está mal. La desafección de los ciudadanos hacia la clase política va en aumento. Seguimos en plena pandemia y son más de cincuenta mil las muertes provocadas por el virus pero los políticos siguen a lo suyo. En una pelea cainita que parece no tener fin pese a los problemas reales que tenemos encima de la mesa porque la recesión económica se ha llevado por delante cinco millones de empleos y ha empobrecido a otros tantos millones de trabajadores de todas clases.
Estamos mal pero no vivimos en un país del Tercer Mundo. Aunque menguado, el Estado de bienestar no ha sido destruido. El sistema judicial no es corrupto y las Fuerzas Armadas que respetan escrupulosamente el sistema democrático son constitucionalistas y, en consecuencia, neutrales.
Hay margen para regenerar el sistema desembarazándonos de políticos demagogos y de partidos políticos populistas y extremistas que medran creando y avivando la polarización entre españoles. Afortunadamente, tenemos las elecciones. Las urnas son el mando que tenemos en nuestras manos para cambiar el cuadro de actores que decide sobre nuestras vidas.
Por eso digo que, pese a la lamentable actuación de algunos políticos, España tiene futuro. Futuro para recuperar en plenitud el Estado del bienestar; para poner coto a la corrupción y para desembarazarnos en las urnas de las opciones populistas que medran con discursos demagógicos. Tenemos muchos problemas, ¡vaya sí los tenemos! Pero no hay que asustar al personal. Con el concurso de todos, España encontrará el camino para dejar atrás tanto dolor y tanta incertidumbre porque no es un Estado fallido.
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