Ocupados, como estamos, en denunciar presuntos intentos de ocupación, por parte del poder Ejecutivo, de parcelas que corresponderían al poder Judicial, nos hemos olvidado de las estocadas que cada semana se producen a lo que sería un deseable mejor funcionamiento del Parlamento. Las Cámaras, escindidas como nunca antes, al menos que uno recuerde, protagonizan espectáculos entre indignantes y bochornosos y van a albergar en los próximos días toda la tensión política acumulada durante años, pero muy especialmente en los meses (nueve) de ejercicio del actual Gobierno de coalición.
No es solamente ya que el Ejecutivo pretenda, disfrazada como proposición de ley y no como proyecto gubernamental, que el Parlamento deje pasar, sin mayores controles ni consensos transversales, una reforma del poder judicial que deja fuera de juego en esta cuestión ‘a la derecha’ parlamentaria. Es que, además, por el Congreso van a pasar dentro de una semana la reprobación de Pablo Iglesias, que se ha convertido en la ‘estrella’ de los ataques de la oposición; la increíblemente inoportuna moción de censura de Vox; el debate sobre el estado de alarma en Madrid, tema por el cual este jueves PP, Ciudadanos y Vox pedirán la dimisión del ministro de Sanidad, Salvador Illa; los primeros pasos de los Presupuestos y el Plan de Recuperación que el Gobierno piensa presentar mañana a la Unión Europea.
Es decir, prácticamente toda la problemática nacional -algunos quieren incluir el debate sobre la Jefatura del Estado_va a pasar por un Legislativo que, miércoles tras miércoles, sesión de control tras sesión de control, muestra la incapacidad de nuestros representantes para entenderse, incluso en unos momentos de postración nacional como no se recordaban desde los tiempos de la guerra civil. El Congreso se halla partido en dos bloques irreductibles: los ‘escaños Frankenstein’, que diría el llorado Pérez Rubalcaba, y la ‘extrema derecha’, como portavoces de la coalición gubernamental --¡y qué portavoces son la señora Lastra y el señor Echenique!--califican a PP y Vox, pretendiendo mezclarlos en una sola definición. Ambas partes se acusan mutuamente de violar la Constitución y la palabra ‘golpe’ se asoma demasiadas veces a demasiados labios también a uno y otro lado del hemiciclo.
La ‘mayoría Frankenstein’, o mayoría de la investidura, podría aprobar no solo la extraña (y rechazada por un amplio sector de jueces) reforma del Poder Judicial, sino también los Presupuestos, dando oxígeno así al Gobierno de coalición que Sánchez asegura, aunque haya pocas probabilidades para ello, que se mantendrá tal cual durante toda la Legislatura. Tendría, para ello, que seguir apoyándose en los independentistas catalanes y Bildu, dada la escasa probabilidad de que Ciudadanos siga manteniéndose en una ‘mayoría de apoyo’ en la que no quieren cobijarles ni Esquerra Republicana de Catalunya ni la propia Unidas Podemos.
En medio, apenas un grupo de diez diputados, Ciudadanos, que cada día se distancia más de cualquier apoyo al Gobierno, sin atreverse, no obstante, a pasar netamente a las filas de la que considera ‘inoperante’ y a veces ‘demasiado obstruccionista’ oposición. Panorama desolador que casi justifica el título que he querido darle a este comentario: ¿está muriendo el Parlamento tal y como lo hemos conocido, como el poder diseñado por Montesquieu de arquitrabe de una democracia moderna? Yo creo, espero, que no; lo que me parece que está muriendo es todo un concepto de hacer política, y sospecho que el nuevo no tiene al poder Legislativo entre sus objetivos inmediatos de mejora, por ejemplo reformando el reglamento y dotando a la Cámara Baja de una presidencia más ‘neutral’. Eso, para empezar.
Cierto es que la pandemia ha impedido un más normal funcionamiento de las Cortes. Pero no menos verdad es que el imparable deterioro del Legislativo se ha ido agravando paso a paso, sesión de control tras sesión de control, en los últimos cinco años. Baste decir que hace un lustro que no se celebran ‘aquellos’ debates sobre el estado de la nación, como dejaron de celebrarse, en el Senado, los debates sobre el estado de las autonomías. Poco a poco, o ni siquiera tan poco a poco, el Parlamento va cayendo en el descrédito e inoperancia en el que se hallan otras instituciones, naturalmente en teórico beneficio del Ejecutivo.
Sé que es un diagnóstico terrible para una democracia que se quiere representativa y avanzada, pero ¿de verdad lo está siendo la nuestra, que acepta como socias del Gobierno de la nación a formaciones cuya principal misión, por propia definición, es destruir el Estado tal y como hoy lo encontramos? No hay mejor manera de destruirlo que haciendo del Parlamento una institución inoperante, de los jueces un órgano de dependencia del Ejecutivo y del propio Ejecutivo una arena de circo donde gladiadores y leones se confunden, cada cual tratando de llevar al ‘Boletín Oficial del Estado’ sus propias pretensiones. Pensémoslo, porque el tema merece una muy seria reflexión. Si el Parlamento muere, o enferma, enferma o muere nuestra democracia.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/202245/la-muerte-del-parlamento-en-espana