La tensión constante desde hace nueve meses -y lo que nos queda- por la pandemia del Covid, está pasando ya una dura factura económica; pero conlleva otra, no menos importante, de corte psicológico. No todo el mundo resiste igual la ansiedad y el miedo, la desgracia y la incertidumbre. Si se fijan en sus trabajos, o en entornos familiares y vecinales, crecen las personas afectadas por ese desafío psicológico.
Contribuiría a mitigar esa factura personal el que se pudiera confiar en una dirección sensata y eficaz de las cuestiones públicas. Pero el clima de enfrentamientos en el plano político merma esa confianza y agrava la sensación de mal gobierno. No se divisan líderes en los que confiar porque el cortoplacismo se impone y las piruetas son constantes. Pedro Sánchez da la sensación de aceptarlo todo por continuar en la Presidencia; Pablo Iglesias está en la performance permanente porque las encuestas le anuncian un retroceso y, algo peor, le alarma que sus electores confíen tanto en Pedro Sánchez como en él mismo para dirigir el país; Pablo Casado sueña con ser más fuerte y, según Inés Arrimadas, para ello ha planeado un asalto a Ciudadanos; y la líder naranja pelea por sobrevivir ante tanta ofensiva exterior, más el trabajo sucio de los que se fueron del partido y de los que se marcharán en breve.
El Partido Popular en su ansia por crecer y que no le alcance Vox, puede cometer el error habitual de incorporar a cargos tránsfugas de otros, ahora de Ciudadanos, pero llevándose solo a los oportunistas; quedarán atrás sus electores porque nunca fueron suyos, sino del proyecto. Ya hay listas en Andalucía y Madrid de los que buscan ese salto. Si Inés Arrimadas aguanta el envite, consolidará el espacio que creó, y después arruinó Albert Rivera. Hay un diez por ciento de electores que no les gustan los extremos y ella es hoy la única líder aceptada para darles voz. Con dos ventajas: ha empezado a hacer política de centro, y se le reconoce; y por otra parte, aquí no habrá elecciones hasta el 2023.
El calendario es determinante. Si 2021 empieza con los Presupuestos Generales del Estado aprobados, Pedro Sánchez, con prórrogas, podría llegar a 2023, salvo sobresaltos imprevistos. Cuando se aprueben los PGE, Sánchez podría enviar señales para desmentir que en Moncloa manda Pablo Iglesias, como él trata de simular y una parte de la población empieza a creer. Cuando Esquerra Republicana, porque está en la precampaña catalana, ha necesitado anunciar cuánto manda en Madrid, también ha tirado de Pedro Sánchez, como si existiera una negociación bilateral. El entorno del Presidente debería medir bien cuánto le afectan esos anuncios a destiempo y las piruetas mediáticas de otros, porque si se instala la creencia de que su liderazgo es débil y está en manos de terceros, va a tener dificultades para generar confianza electoral en el futuro. El tiempo no lo cura todo, como defendió erróneamente y pagó caro Mariano Rajoy; fiarse solo de lo lejos que quedan las elecciones y de la eficacia de unas vacunas que están por llegar, es demasiado arriesgado.
Ahora es cuando la ciudadanía, acosada por el virus, la economía y la ansiedad, necesita sentirse liderada y contar con la referencia de una dirección política que esté en la solución de los problemas y no en batallas particulares.
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