Cuando en la comparecencia del martes se le preguntó por la campaña antimonárquica de sus allegados “republicanos” y “plurinacionales”, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, mostró una indolencia manifiesta. Recordó por enésima vez que el PSOE mantuvo su profesión de fe republicana durante el proceso constituyente de 1978, aunque acabó asumiendo la Monarquía como parte del pacto constitucional.
Sin embargo, los medios de comunicación han celebrado la disposición del Ejecutivo a reforzar la cobertura de la institución monárquica. No acierto a ver dónde está el compromiso del presidente para poner fin al vacío legal en el funcionamiento de la Corona. Fueron medias palabras sobre la necesidad de elaborar una ley modernizadora. Pero dio la impresión de que endosaba el reto a la propia Casa del Rey, limitándose a ofrecer su apoyo a la voluntad renovadora expresada por Felipe VI.
“En lo que podamos ayudar, el Gobierno estará a disposición de la Corona”, dijo textualmente. Como si fuera un problema de la Corona y el Ejecutivo, o los grupos parlamentarios, no tuvieran nada que decir o hacer en el terreno de la iniciativa legislativa. Hasta el punto de que en tres ocasiones los periodistas le recordaron que Zarzuela carece de potestad para para poner en marcha el proceso.
No obstante, los medios de comunicación han creído ver en el discurso de Sánchez la buena nueva de que Moncloa y Zarzuela ya trabajan en un proyecto sobre la futura ley de la Corona al que podría sumarse el principal partido de la oposición. Porque lo que sí es cierto que antes de que el presidente del Gobierno iniciase su comparecencia posterior al Consejo de Ministros, el líder del PP, Pablo Casado, se había mostrado inequívocamente dispuesto a sumarse a cualquier iniciativa que suponga un reforzamiento de la Monarquía.
Algo muy difícil de creer, a juzgar por las pedradas que ambos se intercambiaron sobre la marcha. Sánchez acusó a Casado de incumplir la Constitución y hablar siempre del Gobierno como si fuera “el hombre del saco”. Y Casado acusó a Sánchez de arrogante, mentiroso, incompetente, y de lastrar la credibilidad del Estado. Así se las gastan los líderes de las dos fuerzas sobre las que se asienta la centralidad del sistema.
Por lo demás, la comparecencia del presidente, presentada como un ejemplo de transparencia, consistió en una cansina exhibición de cifras y porcentajes sobre las que argumentó el grado de cumplimiento de sus promesas y su fe en “la palabra dada”. Los guarismos no levantan a la gente de sus asientos, pero marcan la diferencia entre un contable y un líder político. El problema es que a Sánchez se le puede volver en contra la apología de la transparencia si hacemos memoria de sus pecados de lesa opacidad, que son unos cuantos.
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