Andrés García Ibáñez
22:01 • 06 ene. 2012
Según la etimología griega, “epifanía” es la revelación de un hecho milagroso. En el cristianismo es la fiesta que conmemora el momento en que Cristo toma presencia humana y se da a conocer ante el mundo; celebración que ocupa el lugar de aquellas paganas cuya misión era festejar el solsticio de invierno. Cristo se hace carne y habita entre nosotros. Con el tiempo, la epifanía celebró –y celebra- el descubrimiento y adoración del recién nacido por parte de los “reyes magos”.
El único texto bíblico que se ocupa del hecho es el evangelio de Mateo: “Llegaron del oriente a Jerusalén unos magos diciendo; ¿dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?...Y al entrar en la casa vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron, y abriendo sus tesoros le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”. En ningún momento dice que fuesen reyes ni da sus nombres; al principio, pasaron por sabios o sacerdotes zoroastristas de Persia. Hoy es comúnmente aceptado –y así lo testimonian casi todos los padres de la iglesia- que el evangelio de Mateo fue escrito en hebreo y para hebreos. La narración de los magos tiene un claro interés propagandista, encaminado a propiciar la conversión al cristianismo entre los judíos. Que unos sabios representantes de religiones paganas, extranjeros venidos “del oriente”, se postraran y adoraran al niño dios, plenamente convencidos de su naturaleza divina y de su condición de “rey de los judíos”, incitaba a la conversión en la tierra del propio Jesús. Si los de afuera se convierten y lo adoran, ¿Cómo no os dais cuenta vosotros, que sois su pueblo?; éste es el mensaje que surtió efecto y propició un buen número de conversiones durante la difusión del evangelio de Mateo.
Con el tiempo, se les puso nombre y se les hizo reyes, representantes de las tres razas y los tres continentes conocidos; Melchor, Gaspar y Baltasar…Europa, Asia y África respectivamente. El mundo entero, la humanidad toda, que reconoce a Cristo como dios único y se postra ante él; éste el alcance último y verdadero de la epifanía cristiana.
Los regalos que los magos ofrecen al niño también tienen una intención simbólica: el oro reconoce su condición de rey, el incienso la divina (se usaba en los altares para el culto a Dios), y la mirra –que era un compuesto embalsamador para cadáveres- anuncia el futuro sacrificio y muerte de Cristo.
Mi hijo, que a sus siete años se halla en trance de descubrir que los regalos del día 6 no los traen los reyes, y más bien son cosa de los padres y otros familiares allegados, me dijo el otro día –tras una visita que los magos hicieron a su colegio- que “los reyes magos son unos impostores; les he mirado por debajo de la falda y uno llevaba pantalones vaqueros y otro zapatillas de jardinero”. Yo creo que tiene razón.
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