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01:00 • 08 ene. 2012
En la tarde del jueves fui hasta al Ayuntamiento, para coger el traje de paje, estaba apuntado para salir en la cabalgata de los Reyes Magos, pagan cuarenta euros que no vienen mal. Como llegué tarde y faltaban pajes para Baltasar, embadurnaron mi cara de maquillaje negro y también las piernas, pues olvidé llevar leotardos de ese color.
Uno que había por allí y daba las órdenes dijo, que saliera detrás del camello, a nadie le gusta ese puesto, los animales apestan y aquel aún más, tenía una digestión pesada y cada pocos pasos una nube fétida me atufaba, más de una vez estuve apunto de caer desmayado.
Antes de empezar el desfile, se acercó el fotógrafo, pensé que no iba a reconocerme, pero a él le faltó tiempo para recordarme lo de siempre, que era el niño con cara más triste al que le había hecho una fotografía... Él hablaba de aquellos tiempos, en los que disparaba su polaroid en unos grandes almacenes, con un niño sentado junto aun Rey Mago, yo nunca quise contarle que aquel hombre de barbas postizas era mi padre, y que más que tristeza lo que sentía era un poco de vergüenza de verlo allí destrozando mi inocencia, pero a mi madre la llenaba de orgullo ver como su hijo salía en un periódico.
A mi derecha estaba Vicente, éramos los únicos pajes españoles, él tenía más de cincuentas años y desde los diez no había fallado una sola vez. No parecía muy normal, pues cuando parábamos se daba medía vuelta y empezaba andar en sentido contrario a la cabalgata, una de las veces casi quema los huevos al camello con la antorcha, el animal dio un respingo que tiró de cabeza a Baltasar contra la carroza de los pitufos azules. ¿ Qué pintaban allí los pitufos, ya no estaban de moda?. Seguro que es por ahorrar. Dijo Vicente.
El hombre que mandaba, vino corriendo hasta nosotros y nos preguntó que había pasado, expliqué que el camello era muy nervioso y tanta gente a su alrededor no le iba bien, pero él no dejaba de mirar a Vicente, que en ese momento encendía un puro habano con la antorcha. ¿Ha visto alguna vez a un paje real fumándose un puro en medio del desierto?. Preguntó el organizador. Vicente no se inmutó, decía que el todos los años hacía esto mismo y mucha gente aplaudía y otros se reían.
La contestación de mi compañero la tomó a mal, como una guasa que su autoridad no debía soportar, y de malas formas nos echó del desfile. Vicente lloraba como un niño viejo, era la primera vez que no llegaba hasta el final con la Cabalgata de Los Reyes Magos. Yo que sólo estaba allí por los cuarenta euros, que ya no iba a cobrar, tuve la sensación, vestido con aquel disfraz, que de aquella caravana hacia Belén, la única verdad que aún no había muerto, era la de los vasallos, los siervos humildes y pie, que un día tuvieron la vanidad de llamarse ciudadanos.
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