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01:00 • 10 ene. 2012
Cuando en la contraportada de la Voz aparecen sus artículos, muchos almerienses nos sentimos vivamente interesados por esas entrañables historias de la vida cotidiana que retratan la intrahistoria de nuestra acogedora ciudad. Con su estilo directo y pluma ágil, Eduardo D. Vicente firma día tras día imágenes que ponen en valor a la ciudad y a sus protagonistas retratando con sencillez y cercanía el acontecer diario para acercarnos a nuestra auténtica memoria común, una memoria que nos pertenece a todos.
Pues bien, durante el mes de Diciembre nuestro periodista nos ha obsequiado con un regalo muy valioso: la publicación de una parte de estas historias singulares con la colaboración de la Voz de Almería, periódico donde presta sus servicios desde el año1987. He de confesar que cuando conocí a Eduardo me pareció un personaje inquieto, apasionado y muy almeriense, características que vienen como anillo al dedo a este trabajo constante de investigación por todos los rincones de Almería y entrevistando a numerosas personas para recoger valiosos testimonios que aportan más de lo que parecería a simple vista pues van conformando nuestro sentir general desde la historia oral.
Por otra parte, en un recorrido conjunto por La Fabriquilla y rincones del Parque Natural de Cabo de Gata, descubrí también su gran admiración y respeto por la Naturaleza que responde a una particular y profunda filosofía de vida. Antes de comprar el libro, ya me hablaron de la edición una serie de amigos (que me preguntaban cómo podrían adquirirlo para disfrutarlo e incluso regalarlo a familiares) en la famosa Taberna de Juan Leal (Quinto Toro), precisamente uno de los lugares que menciona nuestro periodista en una obra donde los que ya tenemos cierta edad vemos reflejada parte de nuestra infancia y juventud.
Es pues un libro donde el tiempo se detiene para mirar y admirar la vida de una ciudad y unos ciudadanos que no siempre lo hemos tenido fácil. Y ya, ciñéndome al contenido de este libro tan cercano, paso a comentar algunos pasajes que me han impactado por sentirme más identificado. Así, cuando habla de escenarios y travesuras en el Puerto o en la Playa de las Almadrabillas o en las vías del tren, la vida en los terraos; personajes como el Habichuela, Luis el de los perros o ese carrillo medio erótico de Pepe “el Cojo” que con el legendario Kiosco Amalia forman parte del paisaje eterno de Almería. El famoso Bar Puga o el mencionado Quinto Toro a los que ya nos une una buena amistad de tantos años y espero que sigan abiertos porque son emblemas de la ciudad.
Quien no recuerda el Once de Septiembre, esa confitería de las mellizas con esos pasteles que el Tío Paco vigilaba para que los niños no metiéramos mano o la ferretería La Llave (¡qué pena su desaparición!) a la que tantas veces iba uno a hacer mandados y los Almacenes Segura, un auténtico templo del juguete que iluminaban nuestros ojos de esos deseos imposibles, aunque, a veces, nos consolábamos en la tienda de Alfonso o con los helados de Adolfo. ¡Ah! ¡ qué maravilla cuando llegaba La Feria! A mí me parecía un sueño, sobre todo en mi niñez y adolescencia, cuando uno se siente dueño hasta de su silencio y vive la vida a toda marcha: ¡qué bonitos los cacharros y la caseta popular en el Parque Nicolás Salmerón y en el Puerto!
Es verdad, amigo Eduardo, que los bocadillos de morcilla de los Díaz estaban exquisitos a pesar del poquito dinero y, cómo tú dices, pequeña libertad de la que se podía gozar. ¡Cómo saboreábamos cada minuto! ¡Qué oportunidad para estar con la pandilla o esas primeras chiquillas de las que uno se enamoraba y desenamoraba con tanta facilidad! Haces referencia a Los Puntos y a las tómbolas y a las veladas de boxeo y el fútbol del viejo estadio de La Falange.. y a tantas cosas, pequeños detalles en unos momentos llenos de carencias pero también de emoción y, a nuestra manera, de felicidad. ¡Claro que me acuerdo de aquellas majorettes francesas que causaron furor ( y más a nuestra puber-edad) en la feria de 1972 o de los almanaques con los primeros desnudos como aquel de la pe
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