Resulta inevitable hablar de ‘navajeo en la campaña’ tras la llegada al Ministerio de Interior de una nueva carta amenazadora, esta vez dirigida a la ministra de Industria, Reyes Maroto, y conteniendo una navaja presuntamente ensangrentada. Tras las balas, la navaja. A saber qué seguirá. Lo que no sé es si esta vez la candidata de Vox, Rocío Monasterio, se atreverá a calificar -igualmente sin pruebas- también de falsa esta amenaza, como hizo con lo de las balas. Ni tampoco estoy seguro de que sean siquiera aceptables algunas ‘teorías de la conspiración’, aventadas estos días, sugiriendo que estas carta-bala (ahora carta-navajera) podrían ser un ‘montaje’ más o menos gubernamental para dar un giro positivo a la ‘campaña de la izquierda’, que no iría tan bien como sus planificadores pensaban.
Personalmente, ni creo en la falsedad de estas amenazas ni, menos aún, pienso que haya maniobras orquestales en la oscuridad tras estos envíos propios de un demente. No puedo creer que la política en mi país pudiese llegar, ni remotamente, tan bajo. Y rechazo que se culpe a fuerza política alguna de estos envíos o de amparar la violencia, cualquier violencia.
Eso sí, creo que hay que hacer algún tipo de llamamiento tanto a esos políticos que se empeñan, desde un lado u otro, de hablar de ‘bolcheviques’ frente a ‘fascistas’ y a ciertos medios que, cuánto lamento tener que decirlo, hacen el juego a los voceros guerracivilistas que están colocando a la ‘marca España’ a la altura del betún. Qué lástima que una inadecuada normativa electoral, que impide que el más votado, aun sin mayoría absoluta, sea quien gobierne, obligue a los ‘sensatos’ a aliarse con extremistas que enlodan la vida política española; y sí, cuando hablo de extremistas me refiero tanto a Vox -a algunos en Vox, que no a todos en este partido- como a Unidas Podemos -digo lo mismo: hablo especialmente de alguno en UP, y señalo muy en concreto a su ya casi ex líder, Pablo Iglesias, cuya conducta es cuando menos antidemocrática-.
Queda poco más de una semana para recomponer la figura y volver a unos cauces de elegancia política y de sensatez que ahora parecen haber dejado de existir: nunca se había visto que un ministro del Interior calificase (en un mitin, al que asistió nada menos que la directora de la Guardia Civil, y ante micrófonos) de “organización criminal” al principal partido de la oposición. También siento mucho constatar que alguien por quien he sentido tanto aprecio como Fernando Grande-Marlaska aún no haya pedido públicamente disculpas por lo que espero que fuese un exabrupto no lo bastante pensado y luego al menos íntimamente lamentado.
En fin, ha llegado la hora de poner fin a la balacera verbal, a las balas, a los bulos, a las bolas, a las navajas y a los cuchillos cachicuernos y a la utilización rastrera de todo esto. Cuando los extremos se tocan a la hora del mal gusto, de la sordidez, de la falta de raciocinio, del desprecio al periodista, puede que sea el momento de enviarlos al ostracismo.
Y conste, para que nadie me acuse de nada, que no estoy preconizando el voto ni a favor de nadie ni contra nadie: simplemente digo que esto no son formas. Ni fondos. De eso es de lo que abjuro, eso es lo que aborrezco para mi país.
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