Sálvame, el título del famoso programa de Tele 5 suena a plegaria espiritual pringosa de nuestra España. ¡Creamos! Yo a Rociíto me la creo pero no a los que durante veinte años fueron cómplices de los hechos que ella relata. Pero es irrelevante lo que yo crea, eso es cosa de los jueces en cualquier democracia.
“¡Fascismo o democracia!” El sorprendente giro hiperbólico de la campaña electoral en Madrid culminó el martes con el vicefugado y candidato en Madrid manteniendo un duro intercambio dialéctico a distancia con Ana Rosa Quintana, como aquel que tuvieron Jesús Gil y Julián Muñoz en uno de aquellos programas del corazón.
Mencionando a la veterana presentadora, el otrora político azote de la casta volvió a señalar a los periodistas que “esparcen bulos y blanquean los discursos fascistas”. La Quintana fue igual de directa en su réplica: “Fascista es el que señala al que piensa distinto. Eso no es democrático. Señor Iglesias, usted es un fascista”, respondió la periodista de Tele 5. “Todos fascistas”, como señalé hace dos semanas en esta misma columna. No es por casualidad que en España se comenzara a hablar en serio de corrupción política a raíz del “Dientes, dientes, que es lo que les jode”, de la Pantoja junto a Cachuli. Aquello fue como nuestro Watergate, pero en vez de ser primicia del Washington Post lo fue del “¡Aqui hay tomate!”.
La historia se remonta a los años 70, cuando la prensa rosa era aún un cotilleo esporádico y escapista en papel cuché, que coloreaba nuestras vidas en blanco y negro, pero solamente durante un respiro, en la peluquería o al echar un café.
Yo ya la seguía regularmente junto a los tebeos de Mortadelo y la Enciclopedia de Espasa Calpe. De ella aprendí mucho.
Entonces, la prensa del corazón saltó a la radio con Luis del Olmo y Encarna Sánchez. Luego a la tele a través del amable ‘Corazón, corazón’ y los burlones ‘Bla, bla, blá’ de Amilivia y el ¡Qué me dices! de Belinda.
Los 90 marcaron su consolidación con Maria Teresa Campos primero y Ana Rosa Quintana después, la última “fascista” del candidato vicefugado. Se añadió cinismo con Pepe Navarro, Javier Sardá y finalmente con J.J.Vázquez. Tómbola, La Noria, Salsa Rosa y ¿Dónde estás corazón? consolidaron la nueva fórmula, el debate del corazón, un espectáculo coral alrededor del grito, el exabrupto y el ‘expertise’ bravucón. No me perdí ni uno solo de estos programas. Los miré a la cara como un Kurtz cotilla en el ‘Corazón rosa de las tinieblas”. Soy un frívolo, empapado de frivolidad, pero también de cinismo.
Los cínicos nos reconocemos unos a otros como hacen también los abducidos entre sí. Por eso reconocí enseguida el desplante el otro día de un indignado Pablo Iglesias en un debate de la SER. Me recordó a tantos otros que presencié en los programas rosas: el padre Apeles lanzando un vaso de agua; Yola Berrocal cuando le intentó quitar la peluca a Aramís Fuster. El aspaviento se convertía en argumento, la pose en indignación. Todo era un guión no escrito, improvisado como en una película danesa.
En España no ha sido el postestructuralismo ni Derrida sino la prensa rosa la madre del cacareado “relato”. El ‘Sálvame’ es la culminación de esto. Consiguió que todo lo que era intrascendente, irrelevante e incluso despreciable para nuestras vidas pasara a ser interesante como parte de un relato interminable que termina por calarnos.
Hace tiempo que la vida política española se ha convertido en un plató televisivo rosa. No es una metáfora. Aquel formato saltó al deporte y a la política, en otros ‘Sálvames’ en los que los Kiko, Lidia y Matamoros se llaman Inda, Maestre o Pablo.
Sin este espectáculo visceral no habría prosperado tanto la política espectáculo. No habrían ocurrido fenómenos colectivos express, desde el éxito ‘No cambié’ de Tamara hasta el “Derecho a decidir” o el ‘fascismo o democracia’ de los últimos días. Y para colmo, me temo que el delincuente que envió las cartas con amenazas de muerte sigue en casa sin ver ni a Rociíto ni el ‘De Luxe’. Kant, ¡sálvanos!.
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