Jose Fernández
01:00 • 17 ene. 2012
Una de las circunstancias más pintorescas de la actualidad informativa almeriense es la tendencia natural al estacazo de todas las corrientes de opinión locales, que no dudan en zurrar tanto a una cosa como a su contraria. Pero no estamos locos; sabemos lo que queremos. Y lo que queremos es enredar. Esta legítima tendencia al follaero la acabamos de comprobar en el inicio de las obras de derribo del vetusto ambulatorio del 18 de Julio, que durante muchos años ha sido un cochambroso paradigma del desencuentro institucional entre administraciones de signo contrario, además de una mugrosa escombrera en donde llegó a verse como “normal” (ahí estuvo fino el delegado de turno de la Junta) que apareciesen cadáveres en su interior. Pero no nos desviemos. Digo que durante mucho tiempo el aspecto deplorable del edificio nutrió de razonadas críticas a muchos ciudadanos almerienses, que veían en la ruina un elemento que afeaba la zona y amenazaba la integridad de los céntricos paseantes. “Esto es una vergüenza”, “Menudos inútiles que no son capaces de meter una pala ahí”, etcétera. Pero como el espíritu almeriense es fieramente contradictorio, el mismo día que el Ayuntamiento empieza a demoler, comienzan a alzarse voces que lamentan el derribo. “Qué pena que lo tiren porque ahí nací yo”, dicen algunos. Ya ven que el acierto es imposible. Y para completar la miscelánea de almeriensismo informativo, sólo nos resta esperar el comunicado de alguna asociación vecinal felicitándose por el derribo de “ese símbolo del franquismo criminal mantenido por la derecha incivil” o alguna ocurrencia por el estilo.
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