Pese a algunos problemas originados por el Brexit —inflación, ligeros desabastecimientos,…—, los británicos en su conjunto no añoran su pertenencia a la Unión Europea.
El porqué de esta actitud que ha desterrado el tema de la mayoría de las conversaciones callejeras es el mismo que propició en su día la salida de la UE: la noción de una superioridad británica sobre el resto del continente. O, al menos, su diferencia del resto de los europeos.
Esa sensación de inmunidad respecto a lo que les pase a los demás se muestra hasta en el uso —mejor dicho, desuso— de las mascarillas antivirus. Pese a que las cifras de la pandemia son de las peores del continente, apenas si se ve alguna persona con mascarilla en las calles o en los pubs.
Los más críticos con esta situación le llaman arrogancia. Que es la misma que ha llevado a los congresos de los dos grandes partidos a no hablar del Brexit como causante de ningún problema en el país. Y eso que en los escaparates de bares y otros negocios de poco fuste aparecen constantemente letreros en petición de personal, ya que la inmigración ha decaído al máximo con la salida de la UE.
Pues hasta eso lo han convertido en éxito los arrogantes: en la afirmación de que la falta de trabajadores subirá los salarios y reactivará la economía del país por encima de la situación anterior.
Es la misma autosatisfacción que producen los renovados acuerdos —económicos y militares— con Estados Unidos y los países de la Commonwealth y la apertura al mercado de los países árabes. Es, sin duda, la constatación de que los británicos son distintos y, ¿por qué no decirlo?, se sienten superiores al resto.
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