““La bestia”, de Carmen Mola, un pseudónimo que responde a tres guionistas: Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez ha sido la novela ganadora de la 70 edición del Premio Planeta –dotado con un millón de euros- fallado este viernes en Barcelona. “Últimos días en Berlín”, de la madrileña Paloma Sánchez-Garnica ha sido la finalista, dotado con 200.000 euros. “La bestia” se presentó con el pseudónimo Sergio López y el título “Ciudad de fuego”, y trata sobre una ciudad asolada por una oleada de crímenes a niñas de las clases más humildes, que un periodista, un policía y una niña intentan desvelar….”. El sonido del receptor de radio fue enmudeciendo poco a poco, a medida que la mano juvenil de Esmeralda Picón giraba sobre sus dedos, en sentido descendente, el botón del volumen del aparato, hasta apagarlo por completo. Desvió su mirada hacia el ventanal que a esa hora abría tras los cristales un mundo ajeno a su ocupación de free lance periodística, encargada de vender cuantos reportajes y noticias de interés humano le llegaran por medio de otros colegas de profesión, que, al igual que ella, se habían visto obligados a crear su propio medio multimedia. Esperaba la llamada de un editor que habría de confirmar o rechazar una entrevista en profundidad con el flamante trío del premio Planeta, pero pensó que tal vez se retrasaría el aviso del responsable de edición televisiva, pues de sobra conocía las consultas, los bienes y parabienes que debía recibir el colega para adoptar una decisión, y, sin poder abstraerse de los recuerdos, de las vivencias y del tormento que azotaban su mente desde hacía unas semanas, encendió un cigarro, en tanto pulsó el activador de llamadas de su móvil en el número más confiado de sus amistades, las cifras más fiables de cuantas personas le rodeaban, las del teléfono de su viejo amigo de la productora que hacía unos meses había caído de pie en una granja de gallinas ponedoras de huevos ecológicos.
Nada más oír el saludo masculino, vomitaron sus labios de ángel como gas aprisionado que escapa de una botella, sin apenas tiempo para protocolos e insignificancias de cortesía que a estas alturas de la relación personal estaban de más. Quiso ser sincera porque no aguantaba más tiempo sin compartir su buena nueva, sin decir a alguien que ella era Esmeralda Picón, pero que no era quien todos creían que era.
Había sido en una tarde familiar de campo cuando entre las alamedas peleaban los yertos rayos de primavera y la fauna avícola del lugar entonaba salmos de alegría. Compartía juego y conversación con sus cuatro hermanas a la sombra de una acacia cuando sin saber por qué, de pronto, miró con detenimiento, uno a uno, los rostros de sus queridas hermanas, y reparó: “Ninguna se parece a mí. Mi piel es blanca y la de ellas oscura. Sus facciones no son las mías, sus ojos visten tonos claros. Mi estatura es mayor que la de ellas, pese a la escasa diferencia de edad...¿.por qué será?”. Concluida la excursión, aquella noche no dejó de rumiar el extraño pensamiento que había asaltado su mente. Transcurridos varios días, la sorprendente sensación de que algo anómalo ocurría en su vida no dejó de atormentarla. Buscaba y rebuscaba en todos los rincones de su mente sin poder hallar resquicio alguno que explicara aquel estado de desasosiego, aquella inquietud que le perseguía a todas horas y que le decía que su familia no era aquella con la que había compartido casi tres décadas de vida, con la que había vivido los mejores momentos de su existencia y en la que había encontrado cariño, afecto y una gran comprensión. Un día incierto acompañó a su madre, de la que había aprendido mucho del oficio, a una reunión de productoras multimedia de la región, ya que debían de tratar algunas cuestiones económicas y de funcionamiento de la asociación profesional a la que pertenecían. A la salida del encuentro, madre e hija decidieron cenar en un coqueto restaurante que acaba de abrir sus puertas. A los postres, Esmeralda clavó sus ojos de miel en los de su madre y le inquirió sobre la carencia de parecido con sus hermanas. La madre desvió la conversación y acabaron en casa sin haber dado respuesta a las dudas de su hija. Fue un mes después, harta de preguntar, cuando Esmeralda tendió una encerrona a su progenitora en mitad de la cocina familiar. La madre no pudo evitarlo y respondió. Esmeralda era fruto de un desliz de su madre y un hombre que nunca la reconoció. La tenacidad de la joven le llevó a localizar a su padre biológico, un hijo militante de la transición que no vio cuajadas sus aspiraciones de actor, que tuvo que abandonar la universidad y convertirse en un vendedor de libros y colecciones de la editorial Planeta, en cuya actividad tuvo el enredo con su madre, por otra parte, una señora con su familia consolidada. Tras el reencuentro, padre e hija intentan asumir su relación mediante mensajes telefónicos y correos electrónicos. A raíz del fallo del premio Planeta, el interlocutor de Esmeralda me confesaba el pasado sábado, entre alegre y tristón, que la joven periodista está convencida, aunque no lo manifieste, de que, además de “La bestia”, ella también es hija, de alguna manera, de Planeta, la editorial que ha fallado el reciente premio y donde trabajaba su padre cuando fue engendrada.
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