Espíritu ciudadano, manantial de tolerancia

Y no lo entendemos porque la política española encarna una lucha sorda de unos contra otros

José Luis Masegosa
07:00 • 22 nov. 2021

Hace algunos días asistía a la junta de una sociedad que pretendía reformar sus estatutos y reglamentos, a los que algunos socios no dudaron en presentar distintas alegaciones y enmiendas acerca de la gestión económica, de las competencias de la directiva, de las funciones de determinados cargos, etcétera. Todo parecía un tanto abstracto, si bien algunas consideraciones resultaban muy acertadas sobre la esencia y el espíritu de estas organizaciones recreativas y de ocio.



A pesar de que todo parecía desarrollarse en un clima de cierto entendimiento y comprensión no conseguimos establecer una discusión serena. Entre intervenciones y opiniones, el ambiente se crispó hasta degenerar en una agria polémica con voces desaforadas en la que se confundía la crítica teórica con la censura personal y la tendencia de la mayoría con las actitudes mortificantes. 



Los socios postuladores de las reformas no lograron sus objetivos, pese a que sus propuestas eran muy oportunas, y es que, como en todas las sociedades democráticas del mundo donde impera el régimen de las mayorías, estas son por principio reacias a toda reforma, a pesar de que se trataba de cuestiones tan claras, lógicas y naturales que en cualquier otro escenario hubieran encontrado una palmaria  aceptación, si no por unanimidad, sí por un importante número de asociados. Pero de inmediato percibí que tal sucedido no se trataba de un fenómeno aislado, reducido al ámbito de la entidad en cuestión, sino de una característica más generalizada en nuestro país que bien responde al dicho italiano de  que “tutto il mondo è paese”. A poco que observemos determinadas actuaciones y comportamientos de nuestros conciudadanos pronto descubriremos la hegemonía del individualismo y la merma del espíritu social y ciudadano, por mucha “buena prensa” que contra tales condiciones nos demos, día tras día.






La radiografía del episodio de la sociedad recreativa a la que me honro pertenecer es extrapolable al ámbito de nuestra nación, pues no hemos tenido nunca ese sentimiento de que ésta es una síntesis donde se fusionan y armonizan las antítesis sociales; no se ha entendido aún, por ejemplo, que español es un término más genérico que castellano, andaluz o valenciano, y que hombre es un concepto, una idea bastante más universal que la de español. Y no lo entendemos porque la política española encarna una lucha sorda de unos contra otros, de los que gobiernan y los que están en la oposición, sin detenernos a reflexionar que todos somos granos de arena que se juntan en un montón, pero no llegamos a fundirnos, y sin  fusión no hay pueblo, ni sociedad. Siguen imperando los grupos que se repelen mutuamente con encono recíproco; todos somos intangibles que rechazamos la crítica  colectiva, y la responsabilidad personal, la inmediata, sólo la vemos superficialmente, pues la otra, la mediata, la indirecta, se nos escapa de todas a todas. Tras los viandantes con los que nos cruzamos en la calle camina la sombra invisible de nuestra carencia de espíritu ciudadano y esa ausencia nos lleva a actuar de manera irresponsable en determinadas circunstancias. 






Reconozcamos, por tanto, que carecemos de ese espíritu que tan necesario nos es para armonizar nuestra convivencia. Sin ese espíritu ciudadano no es posible la tolerancia, pues, además, nuestros aciertos como nuestros errores son relativos, en tanto que nuestro patrimonio ideológico, de anhelos, de sentimientos no es un factor exclusivamente intelectual. Desde el instante en que nuestro corazón nos suministra también ideas, desde el momento en que el laboratorio donde  éstas se tratan es un búnker herméticamente cerrado a las miradas profanas, es absurdo que nos convirtamos en depositarios de la verdad, pues hay tantas verdades como personas y del conjunto de ellas resplandecerá la verdad única.




Con tan peculiar panorama, nuestro deber es fomentar el espíritu ciudadano, que, como hemos visto, es manantial de tolerancia y fuente de verdad. Hasta que no transformemos  mi sociedad de recreo y  la sociedad civil en pueblo o ciudad, en albergue de tolerancia, de bondad y de adhesión inteligente, nos ahogará una atmósfera mezquina e irrespirable que se perpetuará en el tiempo, un tiempo que nos hará irreconocibles y dañará nuestra condición de humanos seres sociales.


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