Videncia en el hormiguero

Muchos no le perdonaron a E.O. Wilson que viera en las hormigas el espejo de la grandeza humana

Javier Adolfo Iglesias
09:00 • 30 dic. 2021

Otro año más, llegadas estas fechas, repetimos el equilibrismo mágico sobre el calendario, con la esperanza de exorcizar lo malo, olvidarlo para siempre en el pasado y citarnos con lo bueno en el futuro. Pero el coronavirus no sabe de esta ficción humana que llamamos tiempo. No existen años, pasado ni futuro para los virus ni para las hormigas de E.O. Wilson. 



- Bola mágica, ¿será 2022 el año en el que Pedro Sánchez proclame en rueda de prensa otra vez que “hemos vencido al virus”?  



- Veo al presidente por la tele dando por clausurada la erupción del volcán, claro que será. Lo dice la bola.



Y mañana, a seguir acumulando tiempo en los resúmenes y balances del año. Por unos pocos días, entrará en el de 2021 el fallecimiento de Edward O. Wilson, el pensador darwinista más importante del siglo XX junto a Dobzhansky y Dawkins. Siendo entomólogo dedicado al estudio de las hormigas, Wilson publicó en 1975 ‘Sociobiología: La Nueva Síntesis’, libro en el que extendía al ser humano su sabiduría sobre los insectos. Wilson defendía algo que el cambio climático y el Sars-Cov-2 nos están recordando: que el principio darwinista de la selección natural influye y tiene la última palabra sobre nuestra conducta individual y colectiva, desde el trabajo y el parentesco a la creación de la Capilla Sixtina, el ballet, las guerras, las redes sociales, el poliamor o la empatía.



Muchos no le perdonaron que viera en el hormiguero el espejo de la supuesta grandeza humana y Wilson tuvo que defenderse de las críticas antropocéntricas indignadas en sus siguientes obras: ‘Sobre la naturaleza humana’ y ‘Genes, mente y cultura’.  



Sin duda, Wilson sería hoy ‘cancelado’ en EEUU y tachado en España de ‘fascista’, ‘machista’, ‘racista’ y de VOX. Y solo era un científico que, sin ser tomista ni ‘spenceriano’, defendía el papel crucial de la naturaleza en las cosas humanas, tan alejadas aparentemente del hormiguero, como fue la URSS, el paraíso comunista en la tierra.



Conocí el trabajo de Wilson en 1986, en la asignatura ‘Filosofía Política’ del gran Domingo Blanco, el año en el que el hormiguero soviético comenzó a resquebrajarse por Chernobyl.  La selección natural comenzó la cuenta atrás del final de la URSS, cuyo trigésimo aniversario acabamos de celebrar.



Antes que Wilson, Orwell ya se había fijado en los cerdos de ‘Rebelión en la granja’ como almas biológicas gemelas. Y ya en los años 90, ‘Antz’, la primera película de Dreamworks, nos volvió a recordar el parentesco entre humanos y formícidos.  


La selección natural es ciega, no sabe a dónde va. Y además ni le importa. La única verdad científica es que los genes y los memes buscan replicarse, perpetuarse a través de los humanos, hormigas indefensas del destino. Lo demás es estadística poblacional, presión del medio, oropeles culturales, ideas, discursos y seres aventajados y ventajistas.  


Acudo a consultar como si fueran oráculos mis anuarios desde los años 91 y 92 para ver si alguien atisbaba el futuro de Rusia hoy con un ex agente de la KGB como presidente y amenazando la paz europea en la frontera con Ucrania. No lo veo. Nadie sabe el futuro, ni siquiera Marx, ni siquiera la evolución.


Por eso, me ha chocado la condena a dos años y medio de cárcel a la vidente televisiva Pepita Vilallonga, que engañaba solo a quien se dejaba engañar. La jueza le prohíbe además dedicarse durante ese tiempo a la videncia, que no está tan alejada de las ciencias humanas y sociales. Si cundiera el ejemplo de esta jueza en nuestra sociedad, nos quedaríamos sin políticos, publicistas, periodistas, sin inspectores, pedagogos, ‘couchins’ ni expertos televisivos. Entonces la selección natural además de una jueza implacable, sería sabia, Wilson.


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