Negacionista del ‘clásico’

Hay palabras y expresiones que nos recuerdan la edad que vamos teniendo. Dos son “clásico” y “negacionismo”. Son odres sonoros viejos para usos nuevos, pero su ‘resignificación’ refleja además el tono de esta época narcisista y con la frágil vanidad de una pompa de jabón. 

Cada vez que un periodista deportivo menciona la palabra ‘clásico’ se muere una neurona de Einstein y una mujer es azotada por no llevar Niqab en Arabia Saudí, donde anoche se celebró este ‘clásico’. 

No hace más de quince años que un periodista anónimo sintió que seguir llamando ‘derby’ al partido del Real Madrid contra el Barcelona era algo viejuno, digno de ser olvidado. Su ocurrencia con el lenguaje tuvo éxito y se extendió entre los aficionados como el coronavirus en un concierto de Miguel Bosé.

No fue coincidencia que aquella pedante expresión futbolera naciera simultaneamente al ascenso de los políticos milenials que comenzaron a hablar del “régimen del 78”, con el objetivo de cargarse la Constitución, ‘el derby’ de nuestra democracia. De esta manera, con palabras, los jóvenes se van imponiendo a los mayores y su mundo viejuno. Este vocabulario es pedante, cursi y ampuloso como eso del “acompañamiento emocional” o encierra intereses de poder como lo que sea tras la “formación integral en perspectiva de género”. 

Manipulaciones con palabras las ha habido siempre. Como los “daños colaterales” que reventaban cuerpos de niños desde el cielo de Irak o el “derecho a decidir” dirigido desde el cielo nacionalista de Monserrat, pasando por la “limpieza étnica” que organizó la Serbia de Djokovic, profeta y libertador de la humanidad.   

Hasta hace pocos años, “clásicos” eran Platón y Aristóteles. Hoy se llama ‘clásico’ a un partido de fútbol como el de anoche. Lo clásico se conserva en el tiempo porque es valioso para la humanidad, porque inspira y enseña a generaciones futuras. Eso pasa con Cervantes y Shakespeare pero no con este Real Madrid-Barsa que se olvidará pasado mañana. 

El ‘negacionismo’ es otra de esas palabras ‘resignificada’ y acomodada a nuestra estúpida era digital. Se usó por vez primera tras la Segunda Guerra Mundial para aquellos que negaban la verdad indiscutible del Genocidio de los Judios en los campos de exterminio nazis. Hoy la usamos como insulto fácil, como “fascista”, para anular al contrario, y así evitar el debate, el dificultoso reto de defender la verdad. Junto con ‘bulo’ la han usado en las últimas horas contra los que critican al torpe e irresoluto ministro antisalchichas.

Yo prefiero ir con mi edad y usar expresiones de antes como “ignorancia” y “dar la espalda”. No demos la espalda a la verdad de que se ha jugado este partido de fútbol en un país en el que las mujeres no disfrutan de la igualdad que la Carta de la ONU reconoce a cualquier ser humano en el planeta. 

No seamos ignorantes, en Arabia Saudí, las mujeres ven su dignidad aplastada porque no les dejan decidir por ellas mismas como puede hacer cualquier mujer en España. Como los negros en el Alabama de 1950 tienen que entrar, salir y estar en zonas segregadas.

En 2018 las mujeres fueron autorizadas a entrar en recintos deportivos y a poder conducir un coche -tras haber pedido permiso a su esposo o padre-. Todo ello, dicen, gracias a Mohamed Bin Salman, el joven príncipe heredero a la corona saudí.  Aquel mismo año,  Jamal Khashoggi, periodista crítico con el régimen de Riad, entró en el consulado de Arabia en Estambul para jamás volver a salir. Allí fue asesinado y descuartizado. Tras la negación inicial, el régimen árabe admitió el crimen y condenó por ello a ocho personas. A Mohammed bin Salman le encanta “el clásico”, le gusta el fútbol tanto que la segunda división árabe lleva su nombre. Además, acaba de comprar el Newcastle inglés como antes  había hecho su amigo y consejero Turki Al-Sheikh con la U.D. Almería.