Cuando muchos de nosotros y nosotras, que llevamos muchos veintiochos de febrero a las espaldas, pensábamos que esa lucha, la que representa nuestra bandera, la de la igualdad de oportunidades y la de los servicios públicos, estaba ganada, hemos caído en la cuenta de que tenemos que volver a ondearla con fuerza en nuestras calles.
Hoy, como hace 42 años, tenemos que ser conscientes de que no podemos quedarnos de brazos cruzados y permitir que a base de pico y pala el Partido Popular siga destruyendo en nuestra comunidad todo lo que tanto trabajo nos costó conseguir, todo aquello que nos impulsó como pueblo y que quedó recogido en nuestro Estatuto de Autonomía.
En sus tres años de gobierno, si algo ha demostrado Moreno Bonilla es su manifiesta incapacidad para gobernar, para gestionar una comunidad como la nuestra porque posiblemente ni la entiende ni la conoce. Por eso no puede engañar a nadie con su sobrevenido andalucismo, ni con los colores de la blanca y verde con los que pretende envolverse.
El sentimiento andaluz no se proclama, se practica día a día y es fácilmente reconocible: se encuentra en cada casa donde se ha necesitado un médico, una asistencia o una prestación de dependencia, o en el crédito que no se ha tenido que pedir para que nuestros hijos e hijas puedan ir a la universidad, nos vaya mejor o peor, porque desde hace tiempo ya no tienen que pagar la matrícula. Ese es el verdadero espíritu del 28-F, que la derecha no terminará nunca de comprender y de ahí que le quede tan grande Andalucía.
Nuestra bandera han sido, durante más de tres décadas, unos servicios públicos robustos, que garantizaban la igualdad de oportunidades y eran símbolo y referencia para el resto de España. Unos derechos que los andaluces y andaluzas hemos conquistado de la mano de los gobiernos socialistas. Si echo la vista atrás, créanme que me siento muy orgulloso.
Sin embargo, los intentos de involución de aquellos que quieren volver al pasado, de aquellos que se afanan en agrandar la brecha de la desigualdad y que tienen como principal objetivo político que Andalucía no tenga voz propia y no pueda elegir su camino, se han convertido en una seria amenaza.
Esto es lo que en unos meses se pondrá en juego: el avance frente al retroceso, y en Andalucía no podemos permitirnos ni un solo paso atrás. En todo caso, si hay una evidencia lo suficientemente clara a estas alturas es que si Moreno Bonilla tiene que elegir compañía preferirá, sin duda, la de quien representa lo peor de nuestro pasado.
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