Nunca imaginamos que 77 años después de la Segunda Guerra Mundial volvería la contienda a Europa. No olvidamos, por supuesto, la trágica guerra de los Balcanes, ni la anexión de Crimea por Putin en 2014; fue lamentable. Pero nunca hubo desde 1945 esa sensación generalizada de temor bélico en todo el continente, aunque los misiles caigan solo en Ucrania. La guerra está en los telediarios, en los corazones y se siente en las gasolineras y en la factura del gas. El horizonte de destrucción de Putin no se divisa. Dispara obuses contra ciudades, contra civiles y contra una central nuclear. No hay límite, ni piedad. El presidente francés Macron advierte que “lo peor aún no ha llegado”. Irá hasta el final, un final que solo él conoce.
Hay apuestas que Putin ya ha perdido: aspiraba a una Unión Europea dividida y hasta los principales dirigentes húngaros y checos, más sus aliados de la ultraderecha francesa e italiana se le desmarcan. Marine Le Pen destruye los folletos electorales de fotos suyas con el sátrapa.
Más derrotas: países neutrales como Finlandia y Suecia piden plaza en la OTAN; ex repúblicas soviéticas como Moldavia y Georgia solicitan ingreso en la Unión Europea y en la OTAN. Polonia, Rumania y Bulgaria ya hicieron ese doble viaje que tanto dolió en Moscú. El ex ministro Garcia Margallo desvela la clave geográfica de la inquietud de Putin: “Antes tenía la Alianza Atlántica a tres mil kilómetros y ahora a seiscientos”. Por eso tanta agresividad.
Enfrente está Zelensky, un cómico metido a presidente, y ahora a héroe admirado por todos, cuando tanto político hace el payaso. Borrell elogió “su valentía para dar la cara, mientras otro presidente huía en coche”. Los independentistas catalanes se dieron por aludidos porque Puigdemont escapó en el maletero de su vehículo. Pero Borrell aclaró que se refería a Viktor Yakunovitch, presidente pro ruso que huyó de Kiev. Los nacionalistas no salen bien parados de este conflicto. Oriol Junqueras jugó a comparar a Cataluña con Ucrania y a España con Rusia. De su ilustración intelectual no se esperaba algo tan barato.
“He propuesto un Premio Carlomagno extraordinario para Zelensky y el pueblo ucraniano”, anunció el eurodiputado Domènec Ruíz Devesa en el Foro Next Educación. Allí mismo, el ex ministro y eurodiputado Garcia Margallo desveló que presentará una iniciativa en el Parlamento Europeo para recuperar los gaseoductos España-Francia. Es un asunto clave para que media Europa dependa menos del gas ruso.
Entretanto, se procedió a la demolición de Pablo Casado, presidente del PP. Terminó pidiendo disculpas por sus errores, lo que le honra; pero defenestrarlo le supo a poco a su rival y ex amiga Isabel Díaz Ayuso que quiere expulsiones del partido.
Llega Alberto Nuñez Feijóo con cuatro años de retraso porque Mariano Rajoy no lo apoyó en su día y dejó que los jóvenes leones y leonas se despedazaran en la arena. Cuatro años perdidos. Feijóo llegó marcando goles: 1) El caso Díaz Ayuso está cerrado. 2) No habrá revanchismo con los “casadistas”. Y lo tercero y más aplaudido: “Yo no he venido a insultar a Pedro Sánchez; he venido a ganar a Pedro Sánchez”. Es lo que su electorado más influyente quería oír. Casado batió un récord: 19 insultos al Presidente del Gobierno encadenados en una misma frase, algo muy difícil de conseguir hasta para los más habilidosos raperos del país. Un poco de sensatez y de respeto a las exigencias constitucionales hace falta. Que se vea.
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