Dicen que en todas las culturas ha tenido un significado maléfico y se ha creado cierta prevención hacia él. Siempre se ha dicho que no se debe confiar en quien lo deposita en la mejilla, en tanto permanece detrás de nosotros, pues tal acción puede encarnar una traición. Refiere una leyenda que el adulto en quien un niño le deposite espontáneamente un beso vivirá durante mucho tiempo, pero si no es fácil convencer al pequeño de tal acción es que el adulto tiene cierta maldad o puede estar muy enfermo.
Desde los primeros siglos de los cristianos se le ha representado con una equis, inicial de Cristo en griego, símbolo de fidelidad y de juramento, al igual que la cruz o la equis fue su emblema durante la Edad Media. Su utilización en diferentes lugares del Planeta ha sido variopinta y hasta pintoresca, a excepción del mundo occidental y su área de influencia, donde he mantenido cierta uniformidad. Lo cierto es que es el más eficiente mensajero del amor y de la pasión. Durante la conclusa semana acaso haya sido uno de los más reiterados protagonistas de las lecturas de las conmemoraciones del mundo cristiano, justo cuando el pasado miércoles, día trece, celebramos el Día Internacional del Beso, instituido como un homenaje al beso más largo de la historia, cuyo récord logró una pareja, en 2013, que consiguió mantener unidos sus labios durante cincuenta y ocho horas, treinta y cinco minutos y cincuenta y ocho segundos.
Hay besos generosos, besos dulces, amargos, fingidos, traicioneros, prohibidos…Pero ningún medio expresivo como el séptimo arte ha conseguido retratarlos mejor. El beso ha sido y es objeto de una prolija literatura que abarca numerosos aspectos y una rica filmografía que recoge los mejores besos del celuloide: El beso censurado entre Kim Novak y James Stewart en “Vértigo”, demasiado tórrido para la época, razón por la que sufrió el tijeretazo de la censura antes de que nuestro país la estrenara en el lejano verano de 1959; el que John Rice y May Irwin se regalan durante cuarenta y siete segundos en el musical “The Window Jones”, estimado como el primer beso de la historia del cine, o el que Golfo y Dama protagonizan en “La dama y el vagabundo.
La fecha del trece de abril es, además, un recordatorio de la importancia que tienen los besos, el cariño y la ternura en las relaciones humanas. Pero no siempre el protagonista de dicha efeméride está abrazado por esos sentimientos de la condición humana, pues en el fragor de una tertulia sobre esta temática llega a mis oídos un relato que alude a una trágica historia acontecida durante la posguerra en un serrano pueblo de nuestra provincia, en donde un joven apuesto, de agradable presencia y finos modales, de nombre Abundio, anduvo en cortejo en aquellos difíciles años con una hermosa mujer, atractiva hasta el tuétano, delicada, sensual y simpática, Alicia de pila, e hija del médico de la localidad en la que ocurrió tan imprevisto suceso que fue objeto de comadreo por toda la comarca: En el crespúsculo de un aciago día, Abundio se encaminó, como hacía todas las jornadas, a cumplimentar a su amada Alicia que le esperaba inquieta en el zaguán de su casa.
Concluida la rutinaria visita, el muchacho se dispuso a abandonar la señorial casa que cobijaba a la conocida familia del facultativo. Alicia despidió a su prometido con un apasionado beso entre la oquedad de las imposibles rejas de uno de los bajos ventanales del edifico. Nada que ver con el primer beso romántico, el de verdad, el de los asombros y estremecimientos, el del tiempo sin tiempo y, mucho menos el que precisa de focos, cámaras y filtros, el primer beso, tu primer beso. Quizá algo imperfecto, y tal vez por ello aún más bello. Un beso acolchado y bien doblado. Un beso que solo ve rojo y blanco alrededor mientras espera ansioso que alguien abra su cajón.
El entusiasmado joven regresó por el itinerario habitual a su domicilio con la confianza de quien se siente único en los brazos de su amada, pero alguien hambriento de sangre afilaba el llanto en las esquinas. Pero hasta ese preciso instante había elegido las lágrimas. Tras superar un escarpado repecho de la calle en que vivía, el ilusionado joven sintió un frio estremecimiento que partía de su nuca hacia el costado y se prolongaba hasta sus extremidades. La gélida temperatura del criminal metal del arma ejecutora sumió al hombre en un mar de incertidumbre, en una sorpresiva e inevitable parálisis que detuvo el reloj de sus pasos en la tierra. Un certero y mortal disparo puso fin a la vida entusiasta de aquel enamorado prometido que había ejercido la abogacía hasta aquel trágico final.
Algún tiempo después, el autor del deleznable asesinato -un enloquecido pretendiente de la hija del galeno- fue detenido y ajusticiado. Alicia no volvió a conocer a hombre alguno y pasó su vida asida a aquel ventanal, por donde algunas veces el sol introducía sobrantes de cielo. Un cielo que los vecinos dicen que fue un cielo negro el que cubrió el recordado crimen, el cielo de un beso asesino que la vecindad no ha indultado aún, por lo que desde aquel episodio los besos de amor están de más en su pueblo. Son besos prohibidos.
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