Un conocido retrato coloreado de Marilyn Monroe hecho por Andy Warhol se convirtió el pasado martes en la obra de arte del siglo XX más cara de la historia ya que un postor pagó por ella 195 millones de dólares en una puja.
La actualidad es juguetona y la noticia de este récord en el mercado artístico coincidió con la de la destitución de Paz Esteban al frente de los servicios secretos de España.
Nadie podrá negar que sea arte lo que hizo Warhol al igual que nadie pueda decir que no sea política lo que perpetra Pedro Sánchez. Sin embargo, también salta a la vista que lo que hizo célebre al norteamericano se parece poco al arte de Velázquez, Modigliani o Picasso, como tampoco parece ‘prima facie’ que lo que hace el jefe de gobierno actual se asemeje a la política de Adolfo Suárez o Felipe González. Son dos enigmas teóricos paralelos.
Warhol elegía entre la prensa y revistas de la época retratos fotográficos de personajes reales o dibujos de ficción famosos y los calcaba a otros tamaños al tiempo que los pintaba de llamativos colores pasteles. Además, los repetía hasta la saciedad.
Comenzó con una botella de Coca-Cola, le siguió su famosa serie con la lata de sopa Campbell o la del detergente ‘Brillo’ y así hizo posteriormente con imágenes de Elvis, Supermán, Popeye, Mao-Zedong y entre otras muchas, de Marilyn Monroe, la que ahora ha roto el mercado en la puja de Christie’s. De esta manera, difundió y consagró el llamado ‘arte pop’.
Warhol se sacudió los complejos y aceptó el reto que decenios antes había lanzado Marcel Duchamp dándole la vuelta y anulándolo. Había comenzado su vida laboral dibujando diseños de zapatos, creando escaparates y vallas publicitarias. Era normal que al final fundiera publicidad, cultura de masas y arte, haciéndolos indistinguibles, siempre que se pasara por caja. Frente a Walter Benjamin, los productos artísticos del padre del arte pop necesitaban de la copia y repetición, eran su esencia.
Con su uso obsesivo de la Polaroid, Warhol se adelantó a nuestra actual era de redes sociales. Su mejor obra fue él mismo, su personaje, peluquín incluido.
De forma similar Pedro Sánchez es un personaje de la política, la suya propia. Su ‘Estudio 54’ está en la carrera de San Jerónimo, donde la droga que más engancha a él y a los que le rodean es el poder. Por su ‘factory’ pululan personajes mucho más sórdidos que aquel Víctor Hugo que se pegó como a una lapa para hacer largas sesiones fotográficas de ‘fisting’. Lo que ha ocurrido en la política de Sánchez en los últimos días no es menos pornográfico.
Es tan rico nuestro idioma español que decir “artista” abarca desde el fino orfebre hasta el pillo, pícaro, y caradura. Otra ‘artista underground’ de la época hizo una película solo con culos. El de Sánchez es una performance continua, que cotiza más que el rey, el Supremo, la fiscalía general, el CIS, la comisión de secretos oficiales y ahora, la Central Nacional de Inteligencia. Para nuestro artista hispano, su bamboleante trasero está antes que ninguna institución del Estado a las que prometió lealtad.
El ‘Warhol de La Moncloa’ serigrafía las cabezas que va cortando para seguir siendo un artista del poder. Desde Ábalos y Carmen Calvo, pasando por el general Pérez de los Cobos, el rey o ahora Paz Esteban.
Lo hecho por Warhol es arte porque así lo han querido los consumidores y lo han situado además por encima de Picasso, Dali, Kandinsky o Pollock. El autor de la multimillonaria imagen de Marilyn necesitó un discurso justificador y dijo aquello de “los quince minutos de fama”. Sánchez también emite su propio discurso, embrollado con el de sus socios independentistas y cantinflanesco en boca de Margarita Robles. El tiempo dirá si la nueva política de Sánchez también cotizará al alza en el futuro como el arte de Warhol.
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