Conseguirá alcanzar ese ambicioso proyecto, o no. Pero la intensa actividad internacional de Pedro Sánchez no da puntada sin hilo: la ofensiva constante en Bruselas; las reuniones con inversores internacionales en Nueva York o el Silicon Valley; los contactos de alto nivel con empresarios tecnológicos en Davos, o esa visita de Bill Gates a Moncloa, no son piezas sueltas, sino que responden a un plan para asentar España como un país más relevante en Europa. Sumen a eso la victoria, conseguida con Portugal, de declarar “isla energética” a la Península Ibérica.
La crisis de la energía que estalló con la guerra de Ucrania la afronta la Unión Europea con el objetivo de depender menos del gas y del petróleo ruso. Eso ofrece la oportunidad extraordinaria a España de convertirse en un país más relevante: se trata de aprovechar su posición geoestratégica y su valioso capital de seis plantas regasificadoras que transformen el gas licuado que llegue en barcos desde América, o el Golfo Pérsico. El Atlántico ya es hoy una peregrinación de buques que traen a Europa el gas que se deja de comprar a Rusia y con el que Putin financia la guerra.
En el mundo se están repartiendo cartas, de nuevo, en la partida de conformar un nuevo orden internacional. Y España, esta vez sí, está sentada en la mesa. La idea es limitar la dependencia energética de Rusia, pero también la de los microchips y otros componentes electrónicos esenciales que llegan de China. Por no referirse a los medicamentos de gran consumo, como se sufrió en pandemia. Lo advirtió Borrell en el Foro Next Educación: “En Europa no se produce ni un gramo de paracetamol porque es más barato traerlo de Asia; el problema es que cuando estalla una pandemia y allí lo necesitan, se corta el suministro”. Y lo dicho para el paracetamol vale para cualquier elemento que, en su ausencia, puede crear una crisis sanitaria, o parar la producción de las fábricas de automóviles, como ya está sucediendo.
Esa voluntad de adquirir protagonismo efectivo en el plano tecnológico para ser país productor de microchips, y clave en la energía, requiere no solo gestiones eficaces a alto nivel, sino también decisiones complementarias como el envío de baterías de misiles a Lituania para defender la frontera de la Unión con Rusia. En pocas semanas la Asamblea de la OTAN se reúne en Madrid, cuarenta años después del ingreso de España en la Alianza, siendo Leopoldo Calvo Sotelo, presidente del Gobierno.
Lo triste de nuestro patio político es que si estás en Davos negociando con el presidente de Intel, o acordando casi cinco mil millones de inversión con el emir de Quatar, no puedes estar respondiendo a la última astracanada de Abascal o de Cuca Gamarra, por no decir la de supuestos socios como Echenique o Rufián.
La oposición de derechas urge elecciones cuanto antes y el clamor mediático se reforzará, probablemente, tras las elecciones andaluzas. Pero con “geometría variable”, es decir, acordando esto con unos y esto con otros, Pedro Sánchez aspira a llevar las elecciones a principios de 2024, habida cuenta que en el segundo semestre del 2023 le corresponde a España la presidencia de la Unión Europea, algo que sucede cada trece años y medio. Y Pedro Sánchez no se lo quiere perder. El problema puede ser que, por sus méritos, gane la Champions, pero que, por sus errores y descuidos internos, pierda la Liga española.
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