En el entorno pobre y decadente del extinto barrio barcelonés donde se desarrolla la trama de la novela, acaso la más personal, de Juan Marsé, “Si te dicen que caí”, el narrador nos regala un paisaje sonoro de gran realismo, el de las quejas de las vecinas subiendo desde los fregaderos, “enredándose en el aire con la canción que emitían las radios al unísono, alegres estribillos como lentejuelas al sol, como pescaditos plateados mordiéndose la cola”.
Aquellas emisiones de programas del oyente que durante el periodo de posguerra y etapas posteriores de nuestra reciente historia acompañaron la vida de nuestras abuelas, de nuestras madres y nuestra infancia de radio de cretona. Aquel maravilloso invento –acaso uno de los mejores dinamizadores sociales descubiertos por el hombre- que aglutinaba en torno a esa misma radio de cretona a vecinos y a familiares, quienes cuando la televisión era una quimera sólo disipada por los urbanitas madrileños y, posteriormente, catalanes, se reunían alrededor de los populares seriales o del espacio de discos dedicados. Era esa misma radio, me contaban mis padres, la que les acompañaba en casa del “Tío Cruje”, cuando junto a otros vecinos de “El Fontanal”, en la jienense localidad de Pozo Alcón, consumían eternas veladas de convivencia durante su estancia profesional en dichas tierras.
Aquellos sonidos quedaron inmortalizados en las coplas que nuestras madres nos cantaban cuando no se reproducían en los receptores que animaban las mañanas de pucheros y de cuadriculadas terrazas donde las sábanas mojadas se batían con el viento. Aquellos sonidos de canción andaluza siempre estuvieron vinculados al seno materno, donde seguramente muchos escuchamos, antes de nacer, a Imperio Argentina, a Juanito Valderrama, a Marifé, a Juana Reina o a Miguel de Molina. Esas mismas voces que probablemente oirían las grandes voces de los cantantes que ahora cantan aquellas composiciones. Ellos vuelven a la infancia cuando cantan las coplas que sus madres les cantaban. Lo contaba como nadie el entrañable Carlos Cano, verdadero adalid de la copla, y lo explica todavía Juan Manuel Serrat cuando presenta “Cançó de bresoll” –“Canción de cuna-, dedicada a su madre.
Ahora nadie canta. Los patios de vecinos no saben a aquellas letras que nos hacían un rosario con las cuentas de marfil o nos convertían en emigrantes que nunca podremos olvidar a nuestra España querida. Una España en la que ahora nadie canta, un saludable ejercicio que desde las corralas a los propios hogares particulares, desde las barcas de pesca a los tajos agrícolas siempre fueron improvisados escenarios donde ellas y ellos sembraron un infinito repertorio de sentimientos que aliviaban las penas y alegraban la propia vida y la ajena, más aún en tiempo de bonanza climatológica como este verano recién puesto de largo.
En días como estos, concluida la siega, los postigos de la casa familiar de mis antepasados abrían las pupilas de canela a la anual representación de una estampa no por anhelada menos dura: entre los chasquidos de las cuchillas de los trillos desgranadoras del cereal, las enhiestas figuras de los trilladores, asidas a las riendas largas de las mulas, giraban como una peonza sobre el trillo, en tanto su acompasado baile se acompañaba de tradicionales entonaciones: La parva se ha mojado/ya no hay venteo/mañana seguiremos/si el tiempo es bueno…Con el sol por testigo/vengo trillando,/y al compás de las mulas/vengo cantando. Y cuando el trillador no recordaba alguna letra, el cante se transformaba en improvisado dialogo con las acémilas, que habitualmente eran torda y castaña.
La mecanización acabó con la trilla y con ésta sus cantes, como refleja una de las letras: “Esos cantes de trilla/ya no se cantan/, ya no duermen los trigos/sobre la parva “. Ahora nadie canta, y hay quien lo achaca a que habitamos la tristeza que nos ha deparado la pandemia, el consiguiente empobrecimiento, la guerra y la difícil situación mundial. O tal vez nadie cante ahora porque todo está cantado y vivimos en una suerte mundana donde, como en algunas viejas tabernas, se prohíbe el cante.
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