Que cuarenta años no es nada y qué febril es la mirada si la volvemos a 1982, cuando Calvo Sotelo nos metió en la OTAN por Urgencias y con una mayoría de españoles en contra, a punto de aupar al PSOE al Gobierno por vez primera.
Y volver a 1986, cuando votamos a favor de permanecer en ella después de que Felipe nos hubiera vendido aquel ‘OTAN, de entrada, no’, pionero de tantos lemas posmodernos de hoy.
Aquel referéndum fue mi primera votación entre Nietzsche y los goles del Buitre en Querétaro; y con mi “sí” en la urna viví mi primera conversión pese a mi pacifismo militante. Me había convertido, como Felipe, San Agustín o el actual secretario de la OTAN, Jen Stoltenberg.
Con el paso de estos cuarenta años sabemos hoy que aquella decisión fue beneficiosa para España y los españoles. Nos abrió definitivamente la puerta de la entonces CE y vacunó al ejército contra los virus castrenses Milán del Bosch y su variante tejerina.
La realidad es cambio y esto no es ni bueno ni malo, es inevitable. Todos vivimos conversiones a lo largo de nuestras vidas. Sin embargo, la política española adolece hoy de una enfermedad autoinmune, por la que los cambios se autofagocitan por exceso.
Sánchez es como el barón Hassler, con una cara se convierte en fiel aliado del Polisario mientras con la otra lo abandona frente a Marruecos; con una no duerme por gobernar junto a Podemos y con la otra faz le quita el sueño a sus socios.
Los Izquierda Unida, PCE y Podemos no perdonaron aquella ‘conversión’ atlantista de Felipe pero hoy están en el Gobierno y han pasado del “¡OTAN, no, bases fuera!” a aceptar aquel canto de “americanos, os recibimos con alegría” y con la mayor flota vista jamás en Rota. Podrían romper con el PSOE pero no lo hacen, les basta con un fruncido de ceño.
Como la bochornosa escena del pasado lunes tras el Consejo de Ministros. Irene Montero perdía la dignidad y aguantaba hasta en cinco ocasiones el “¡hermana yo si te creo, pero bien calladita!” que le impuso la portavoz sonrisas. Los periodistas le preguntaban personalmente a Montero, pero ésta encajó sumisa tanta sororidad de su compañera de gabinete. Días antes había ocurrido la terrible tragedia en la frontera marroquí con Melilla. El presidente no era ya el del Aquarius.
Pero no por ello VOX puede reprocharle nada ¿Van a hablar de falta de sensibilidad los mismos que pusieron aquella repugnante valla electoral en Madrid en la que medían al peso y en euros la dignidad de dos personas exactamente iguales?
Me parece bien que Montero, ya sin Calvo enfrente, prohíba las “terapias de conversión”. Debería hacer lo mismo con la astrología, la pedagogía, la quiromancia, el materialismo histórico y el ‘coaching’. Esto es política ‘manierista’.
El líder omnímodo del PSOE ha iniciado su “final de la escapada”. Y tras haber erosionado y desacreditado Poder Judicial, la Corona, la fiscalía, los servicios secretos, el parlamento le toca ahora a la prensa y al INE. Que la inflación pasa de diez dígitos, pues le aplicamos una terapia de cambio.
Sánchez tira de la hucha vacía de dinero y llena de deuda e inventa sus cheque-bebé y planes E, como los de Zapatero antes de su famosa conversión aquel 12 de mayo de 2010.
Los cuatro años de gobiernos de Sánchez y sus socios ya pesan mucho más que los cuarenta de España dentro de la OTAN. Pero ahí está él, reluciente y rivalizando con el Rey en una cumbre beneficiosa.
Yo necesito mi propia cumbre frente a la orilla del mar antes del que puede que sea el otoño más duro de nuestras vidas. Me voy de veraneo convencido de que será mejor comer sopa de ajo todos los días que ver caer los misiles de Putin sobre nuestras cabezas. Y además, para esto me convertí hace cuarenta años y voté “sí a la OTAN”.
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